jueves, 21 de marzo de 2013

Otoño

hombres y mujeres apretujándose en las calles... si no son
destellos y manchas, ¿qué son?
las calles mismas y las fachadas de las casas... las mercancías
de los escaparates,
vehículos, caballos de tiro, embarcaderos de tablones, y el
enorme tránsito de los ferris;
el pueblo en la colina visto de lejos al ocaso... el río
entre ambos,
sombras, aureola y bruma, luz cayendo en los tejados y
aguilones blancos o pardos, a tres milllas de distancia,
la goleta cercana cabeceando soñolienta con la marea, el
pequeño bote remolcado a popa con el cabo flojo,
las olas que corren y voltean y las crestas que al chocar
se rompen con rapidez;
los estratos de nubes multicolores... la larga franja de
tinte castaño solitaria... la extensión de pureza en la
que flota inmóvil,
el filo del horizonte, el cuervo marino en vuelo, la fragancia
de la marisma y el cieno de la playa,
todas estas cosas se hicieron parte de aquel niño que se
lanzaba a la aventura todos los días y que se lanza ahora
y se lanzará a la aventura cada día,
y todas estas cosas se hacen parte de aquel o aquella que
ahora las lee atentamente.



Fragmento de Riachuelos de otoño. Walt Whitman.

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