sábado, 9 de marzo de 2013

Lidia

Hay algo en el ritmo de la música, algo ancestral, oscuro y lleno de la no divinidad que tanto me gusta. Los acordes me envuelven. Solo mantengo los ojos firmes en ella, que está sentada frente a mi, con los ojos cerrados y también invadida por la música. Tanta conexión y no median palabras, tantas caricias y no median nuestras manos. Solo entre nosotros se interpone un puente místico, musical, poético, salvaje.

Y, quizás al irnos de este lugar dentro de unas horas, el lecho sobre el cual dormiremos juntos será cubierto por las hojas de viejos libros de relatos, de poesía, de cuentos. Y por las hojas de los arboles del camino que nos trajo a este lugar.

El humo de mi cigarrillo queda atrapado por una fragancia poderosa que proviene de su cuerpo. Puntualmente la veo brotar de su boca, de la hendidura miscroscopica que se marca cuando sonríe en los bordes de la comisura, tan a menudo que pienso que el latir del universo se coordina con ella.


Apunto la fecha, la hora y el lugar en el libro de Pessoa que llevo conmigo. Quiero conservar el recuerdo de estas sensaciones. Tal vez no la vea nunca mas.

Trípoli, noviembre de 1936.- 03.24.-

Antes de besarla, recuerdo:

Como un arroyo, mudos pasajeros,
gocemos escondidos.
La suerte envidia, Lidia. Enmudezcamos.




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