sábado, 16 de marzo de 2013

Kepler


La noche atrae y siembra de atractivo la contemplación. Los hombres que miran al cielo tienen una imaginación que excede los limites de lo común. Johannes Kepler miraba el cielo caminando por las calles de Praga. Las estrellas sobresalían del negroscuro nocturno. Y un hombre desolado hacia retumbar los pasos sobre las piedras de la ciudad antigua.

Kepler había perdido a su mujer. No había muerto, si no que el amor que habia entre ellos era ya parte de un relato anecdótico. El invierno frío y la soledad eran demasiado para Johannes quien alternaba su vida entre la observación del cielo y los paseos nocturnos. El insomnio lo atacaba muchas noches seguidas. 

Caminaba con pasos sin rumbo mirando el cielo, ambas manos guardadas en los bolsillos. Orbitaba con su memoria los confines los tiempos en los que su amada despertaba a su lado. Tiempos dispuestos a no volver. El ladrido de los perros lo mantenía unido a la realidad, mientras que divagaba cuestiones del sentimiento y formulas matemáticas.

Meses de paseos nocturnos y de encierros diurnos, hasta que sin razón aparente empezó a frecuentar los parques también de día. Yacía en el pasto con la mirada puesta en el cielo, contemplando el movimiento de los astros. Mientras armaba su teoría sobre el desplazamiento planetario toda la ciudad comentaba sobre su locura. En realidad estaba loco, pero de imaginación y alteridad. Observaba como el sol nacía por el este, su cenit y el ocaso, y como las personas orbitaban unas en otras, en cosas, en vida y en muerte. Por las noches, luego de cenar, Kepler iba al parque y se tumbaba en el pasto. Las noches de claridad veía las estrellas y la luna y memorizaba sus posiciones, que con el tiempo notó cambiantes pero con un patrón que se repetía.

Y mientras Praga creía que enloquecía, Kepler imaginaba. Soñaba también con descubrir lo oculto tras lo evidente. Lo que se imagina de niño, hasta que la lógica de la razón lo condena a la necedad. Además, Kepler pensaba en sus momentos de contemplación que había descubierto su soledad. Y no la quería compartir con nadie. Como los hombres que miran al cielo en vez de mirar sus pies, Kepler descubrió lo que buscaba. 

 



 

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