Tomandola de la mano, esa tarde de otoño, mientras ambos caminaban juntos abrazados, ensimismados, él abrió la boca y le dijo: - Esa necesidad tuya de encontrar respuestas, esa quimerica necesidad de encontrarle sentido a esto es lo que justamente hace que no lo encuentres-. Las hojas crujieron y un viento helado los envolvió. Teresa y Juan Carlos reconocieron que era el mismo viento negro que habían sentido tantas veces.
Sin palabras.
Se sentaron en las ramas de un ombú, él prendio un cigarrillo. Y no hablaron nunca más en la prosa que habian inventado.
Finalmente.
Todo lenguaje impone una forma, la misma, a todos. Y todos, incluso Teresa y Juan Carlos, terminan diciendose lo mismo.
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