viernes, 13 de abril de 2012

Mañanas informales

El despertar no fue sereno y suave como la mayoría de las veces. Había algo acelerado en el latir del corazón, algo extraño que se acomodaba en su cabeza. Abrió los ojos y despacio, como queriendo no despertar a un animal que acecha, fue hasta la ventana. Descalzo y en pantalones cortos contempló las primeras figuras del exterior. La luz impedía ver con nitidez y lo perceptible eran las sombras coloridas de objetos difusos que se movían y emitían ruidos.

Se apoyó en el marco interno de la ventana, con el codo sobre el borde y parte de la espalda contra la pared. La vista empezó a normalizarse y observó detalladamente  tres pájaros que saltaban entre el pasto cubierto de rocío. Al abrir la ventana un viento suave, con olor a eucaliptos refrescó su cara aun surcada por las arrugas de un mal descanso.

Después de encadenar una serie de pensamientos, los primeros del día, comprendió que esa mañana las cosas se dieron de una manera diferente. Mientras se preparaba para los primeros mates, una mujer salio de la cama y, todavía cargando en la piel la tibieza del cuerpo al despertar, le dió un beso en la mejilla. Fue un beso lento, que pareció tomarse todo el tiempo que los rodeaba para sí. 

Ella tardó algo en arreglarse y ducharse. Mientras, el mate y el sol iban llenando la cocina donde la esperaba con un desayuno recién preparado. Habían repetido el ritual varias veces, iba tornándose una costumbre.

Cuando ella se fue, Tomás eligió un libro de la biblioteca y empezó a ojearlo y hojearlo sin detenerse en algún lugar. Tenia la cabeza fuera de foco, sentía como su interior estaba concentrado en el recuerdo del pelo rojo que hace unas horas le hacia de almohada, el del cuerpo blanco puntuado con lunares que le gusta recorrer. Sabía que estaba enamorándose y estaba dispuesto a dejarse llevar por esa sensación.




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