lunes, 2 de abril de 2012

El Misterioso Señor Fernández

Para NC.



Vicente Oldrich estrecha la mano de alguien que se acerca a saludarlo. Con una sonrisa breve pero sincera devuelve el saludo. No se siente reconocido aunque su obra salió hace unos meses y ya se habla en todos los círculos literarios de él. Es el escritor de moda, de este momento - de entre tantos momentos, me dice.


Estamos viajando a San Pedro. Vamos en un tren que tomamos en Retiro. Yo lo noto incomodo con la mirada de la gente, de muchos que lo reconocen y otros que saben que su aura esta impregnada de visitas a radios y canales de televisión. Conserva el aroma de los sets, el andar de quien alcanzó lo que muchos quieren, ser comentado por los referentes de la cultura media. Sin embargo es un tipo distinto. Diferente de los escritores que entrevisté.

Siempre lleva un libro con él. Para los momentos en los que debe encerrarse y leer para no quedar expuesto, frágil y débil según sus palabras. Está  redescubriendo a Macedonio Fernández, imaginando las motivaciones de este enigmático escritor, tan desconocido que se pensó mucho tiempo que era un personaje de Borges.

Mientras viajamos y conversamos, de tanto en tanto, saca un cuaderno donde va haciendo anotaciones sobre Fernández, su familia y su Museo de la novela eterna. - Fernández, su obra, es un enigma. Yo supongo que no conocemos ni el noventa por ciento de lo que escribió. Tenia la costumbre dejar papeles con fragmentos y poesías por todos lados. Escribía cosas y las regalaba. Antes de entrar en su parte mística, de volverse casi un asceta, escribía sin parar. Y de eso, solo nos quedó poco.- Oldrich me explica los pormenores de la vida de un hombre que dormía vestido y sufría un particular miedo al frío de una Buenos Aires que consideraba polar. Estuve por momentos tentado a decirle que solo quedó de Macedonio lo que Macedonio se permitió legarnos. Ningún hombre se perpetúa a sí mismo sin lo que deja a los otros.


Llegamos después de viajar cinco horas. Cuando descendemos del tren solo unos pocos pasajeros aun dan vueltas por la vieja estación. Lo efímero de los lugares de paso se corporiza cargando de neblina esta tarde otoñal. Vicente sugiere que podemos ir a tomar un café al bar del muelle, justo donde asoman las barracas que coquetean con el Paraná. Pienso que es un buen lugar para terminar la entrevista. 


La plataforma que lleva al bar adentra veinte metros sobre el río. Caminamos con nuestros abrigos puestos prevenidos del viento que abre el prologo del invierno. El bar esta suspendido en el río, es blanco de madera con el techo rojo. Tiene una pequeña torre del mismo color. Al fondo, arboles sin hojas raspan el viento que presuroso pasa por nuestras cabezas y se pierde rápido en tierras entrerrianas. Ese el paisaje que Oldrich describe en su novela La Pintura Perdida. A unos pocos kilómetros, Faustino Parera, es el otro lugar que se describe como si se tratara de un cuadro renacentista lleno de colores. Encuentro ahí lo destacable de su obra, hacer de lo simple algo bello a través de la descripción, embellecer estos lugares al describirlos en el medio de una trama que recorre pueblos -y gentes- perdidos en medio de la inmensidad de un país.


Vicente Oldrich me cuenta café de por medio, sentados junto al ventanal que nos separa del rio, como se inspiró. Cómo Borges y Macedonio Fernández son un punto que reúne todos los puntos con los que cose su creatividad. Es interesante pensar que la obra de un escritor muchas veces se asienta sobre sus precedentes: pensar en Borges sin Macedonio. Pero a mi entender el poder de la palabra escrita está en que sustenta la continuidad de las ideas, de los nombres propios que asoman al recordar un fragmento. De la misma forma en que Macedonio Fernández se permitió elegir que legarnos, yo , nosotros, ustedes, hacen lo mismo con Vicente Oldrich. Es lo mágico de este mundo.


0 comentarios: