sábado, 28 de septiembre de 2013

¿Tú también?




"Siempre es de noche; si no, no necesitaríamos la luz"

A MR.
 ***

La tarde iba cayendo lentamente. Los últimos rayos de sol se veían reflejados en el mármol de las escaleras del Senado. Y él sentía que su poder, al que a tantos había atemorizado, iba menguando. Cada vez estaba más marginado y solo frente a circunstancias que cambiaban, ninguna de ellas para mejor.
Caminaba mientras escuchaba el eco de sus pasos. Pensaba en el discurso que daría al día siguiente, lo repasaba en su cabeza una y otra vez. Sentía que el destino estaba próximo y que sólo caminaba hacía su encuentro.

Caída la noche, cenó como habitualmente. Estaba fatigado, las ideas y los sentimientos estaban siendo un peso demasiado grande incluso para un hombre como él. Cargar bajo su espalda ya gastada por los años semejante responsabilidad atrofiaba el resto de su cuerpo. Dependía de unas cuantas ideas lúcidas, que aun conservaba, de la suerte y del tiempo que el discurso pudiera ganarle. Nada más. Dependiente del tiempo y de la suerte, se había transformado en un hombre común. No había diferencia entre él y algún otro habitante del imperio. Mas allá de nombres, títulos, intrigas, el acecho de la muerte y la impotencia absoluta, resignación a la muerte, lo igualaba a los esclavos y a los ciudadanos. Se asomó a la ventana, y luego al notar la brisa suave y el cielo estrellado, salió al balcón que daba al patio.

Buscó respuestas en el cielo, en el lento pasar de alguna nube rebelde que aparecía de tanto en tanto para reclamar su parte del firmamento nocturno; pero no las encontró. Él, que siembre había obtenido aliento de contemplar el cielo en la noche, estaba ahora en silencio, solo, deshabitado de aquello que lo constituía. Presintió que algo estaba escapándose lentamente de sus adentros, algo goteaba desde su interior, por eso no podía comunicarse con las estrellas. Era incapaz de percibir el abrazo de la noche, el llamado que le había anticipado victorias y evitado derrotas. Empezó a comprender que lo habían derrotado. Entendió cómo se siente cualquier hombre cuando nota que haga lo haga el destino ya manifestó su voluntad y es imposible cambiarla. Sintió dolor en su pecho, tristeza. Se permitió llorar y maldecir a los traidores, a los obsecuentes, a los tiranos, a los que se comportaban como él. Se pidió perdón a él mismo por obligarse, por convertirse en lo que no quería pero era. Al día siguiente, pensó, diría las palabras mas importantes de su vida, porque había llegado el momento de decirlas. La vida prepara el momento en el que hay que decir lo que se trae dentro, o dejarlo en el olvido para siempre.

Antes de dormir inició una recorrida por los jardines. Miraba sus plantas, los capullos de las flores cerradas para abrigarse del leve rocío que notaba en sus mejillas, en la frente y en la punta de la nariz. Sonrió. Se notaba la noche serena, dueña de una calma como hacia mucho tiempo no admiraba. Sentía que el destino estaba próximo y que sólo caminaba hacía su encuentro. En el jardín lo vio. Primero una sombra, luego un brazo, finalmente la mano que cargaba el puñal.

Sentía que el destino estaba próximo y que sólo caminaba hacía su encuentro.

La hoja de metal se ubicó con certeza y seguridad en el hueco existente entre las costillas. Preciso ,de abajo hacia arriba, punzandole el corazón, el golpe de la hoja se repitió varias veces. No gritó, solo dijo - ¿tú también , Bruto?. El gusto metálico de la sangre inundó su boca. Cayó al piso y , ahora sí, sintió el llamado de la noche.

Es la historia de la noche en la que Junio asesinó a Julio.




1 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo, Fer. Cada vez mejor. Me encanta ver que vas encontrando tu camino.......
Aunque insisto que al hablar de amor te sale lo mejor....

Mónica