martes, 29 de octubre de 2013

Mosaicos de Cecilia

Una caminata sobre puentes colgantes una tarde cualquiera de octubre. Las nubes que corren presurosas a ninguna parte y los lunares de la espalda de Cecilia, todo conformando un gran paisaje renacentista.Un mantel sobre el pasto, ambos abrazados y jugando con nuestros dedos. Cecilia ríe; yo la beso.

Cecilia es la mujer que amo hoy. Con esto quiero decir que es la contemporánea de mi amor, de mi sentimiento vital. Pero eso es algo mutable; no lo fue en un pasado y quien sabe si seguirá siendo en un futuro distante o cercano.

Cecilia estudia arte, de ahí la referencia anterior a los paisajes renacentistas. Es curadora de exposiciones pequeñas y de artistas no conocidos en el mainstream, pero no dudo de que algún día será muy buena en su trabajo. Ella es del tipo de persona que hace todo simple, sin esfuerzo, pero que cada acto es de una genialidad y belleza impresionante. 

Yo soy el amante. Ella tiene dos hijos y está casada desde hace tres años, ahora está embarazada de dos meses.

La televisión , la cultura de masas, es lo que quedó de cierto tiempo moral anterior al nuestro. Anterior por unas pocas generaciones que volcaron sus ideas en el arte, pero estas ideas ahora son las que nos influencian. La moral victoriana es el espejo que distorsiona las necesidades afectivas de nuestra época, dice Cecilia, convencida pero hablando pausadamente. De su boca, aparte de las palabras sale aroma a ella. Es un olor especifico, particular, que me inunda. 

Cuando dormimos abrazo su cuerpo desnudo. Encuentro en contar los lunares de su espalda el entretenimiento para pasar las horas de insomnio. Rara vez ella se despierta de noche, y yo me entretengo viendo como se infla su pecho, y como todo su cuerpo se acompasa en un ritmo lento e invariable. Siempre duerme profundamente. Dice que sólo le pasa cuando duerme conmigo, que no le alejo el sueño como sus otros amantes. Usa la palabra chongo para hablar de mi.

Hace tres meses comprendí que enamorarme de ella era, es, un error. Lo descubrí cuando fui a una de sus exposiciones. Luego fuimos a un bar con todos sus amigos. Ella esa noche no durmió conmigo. En ese instante, cuando la vi coquetear soltándose el pelo y mirando de costado mientras sonreía, entendí lo nocivo para mi que significaba el amor que sentía, siento, por ella. El acto de comprender no evita que no actuemos de acuerdo a nuestra voluntad. Fuerzas oscuras y poderosas, como el amor, nos motivan a sumergirnos en abismos profundos. 

Nunca le dije que la amaba. Sabía que tal confesión pondría fin a nuestros encuentros. Prosigo con la rutina de nuestros encuentros semanales, nuestras salidas al campo, nuestras cenas y películas.

Cecilia no sabe que espera un hijo mio. Fui lo bastante cauto como para que no se de cuenta. Espero que el hijo que vamos a tener nos acerque. Espero que en él se dé la superación de nuestras limitaciones: la imposibilidad de amar , la imposibilidad de no hacerlo. 

En la creación, dice mientras fuma desnuda en la cama, está la superación de los miedos. Solo siendo libres se puede crear, y solo se es libre cuando no se tiene miedo. Habla de Baudelaire.

(Y el verdor y la primavera tanto hirieron mi corazón, que castigué sobre una flor la osadía de la Naturaleza).

Tuve que esperar a conocerla para descubrir lo que soy capaz de hacer por amor. En el fondo del abismo de cada uno, muchas veces, se esconde lo inimaginable.

Nuestro hijo seŕa una breve luz de esperanza en algo que sabemos está condenado a la oscuridad. Nuestra experiencia es para él. Llenará los huecos que anidan nuestros cuerpos y será feliz donde nosotros no pudimos.

Cecilia se viste, luego se desnuda y vuelve a la cama. Se queda hasta el otro día, dice. Me abraza, y ahora, un escalofrío recorre mi cuerpo. Noto el amor de ella como una experiencia nueva y me doy cuenta de que también para ella es algo nuevo.

Aun  no sabe que el hijo que espera es mio, no lo sabe conscientemente. Ya es tarde cuando interpretamos lo que sentimos. Ya ha pasado por todos los filtros de los sentidos y se convirtió en pensamiento, en concepto alejado del mundo. Cuando estamos felices, cuando todo es perfecto, es cuando no pasa por ese filtro, forzado a encajar en limitaciones conceptuales. 

El mundo que se levanta delante continuará invariablemente, trascenderá lo que pensemos. Solo lo inmutará lo que sentimos. Así empezó el juego de miradas insinuantes que termino con los dos en la cama la noche que la conocí. Fue una fuerza de tal violencia que pensé que arrastraríamos objetos con nosotros. De ahí mi creencia en que eso no pudo tratarse de un cruce cualquiera, uno de tantos millones que ocurren a diario en las calles, sino que tiene que estar cargado del peso de todos esos encuentros fugaces que nunca se concretaron, y, en tal caso, que el hijo que Cecilia está esperando, nuestro, también es la concreción de todos aquellos actos que el destino se impidió realizar. Así, más que el hijo de dos personas, es el hijo del destino lo que se presenta en el porvenir. Y es además el fruto de lo que habita en lo profundo y oscuro de ambos.


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