domingo, 12 de enero de 2014

El futuro es un gato mas viejo que el tiempo.

La ultima vez que vi a Camila, la veía caminar dándome la espalda. Unos segundos antes había pronunciado unas palabras, lágrimas habían caído de sus ojos y se había dado vuelta. Las nubes grises cubrían el cielo y todo parecía estar detenido, expectante para, al momento indicado, retomar el movimiento habitual. La calle desierta se extendía, ella marchaba sin mirar hacia atrás, sin arrepentirse. A medida que se alejaba su figura iba perdiendo nitidez. La distancia que nos separaba eclipsaba su recuerdo. Algo parecido a la memoria iba deshilavandose.

Un gato negro se interpuso en la distancia que separaba la espalda de Camila y mi linea de visión. Cruzó la calle, pasó junto a ella sin notarla; ella tampoco reparó en el gato. Se detuvo en la vereda frente a mí, separado solo por siete baldosas de distancia. Mientras yo miraba al gato, Camila se alejaba cada vez mas, estaba a punto de doblar en la esquina y convertirse en una imagen difusa en mi vida. El gato retomó su andar, seguro de su propia inmortalidad. Tres baldosas lo separaban ahora. El mundo seguía inmóvil. Bajó la parte trasera del cuerpo y luego la delantera poniéndose en posición de cacería. Y me miró. Los ojos tenían una profundidad abismal, y el mismo color amarillo de la linea que separa ambos sentidos de la calle. Pude verme reflejado en sus ojos. Estoy seguro de que él también se miraba en los mios. Arqueó ligeramente hacia arriba el lomo, haciéndose mas pequeño. Se cubrió las patas delanteras con el rabo y sin dejar de mirarme esbozó un cambio en sus ojos, achicando las pupilas y liberando al ambiente cierta maldad ancestral. Luego esperó. Pacientemente expectante aguardó a que todo el temor que dentro de mi existía se expandiera. Tuve la sensación de que estaba alimentándose de eso. Podía escuchar el latido de su corazón al bombear la sangre a través del cuerpo. El ronroneo y el movimiento de las patas evidenciaban el placer que sentía al devorarme el miedo. Pero no se detuvo ahí. 

Iba perdiéndome, tal como se pierden las gotas que se deslizan sobre un ventanal húmedo. El gato entrecerraba los ojos extasiado. Yo no podía oponer resistencia ante mi propia desaparición. 

Aristoteles decía que el alma humana está compuesta por raciocinio, voluntad y pasiones; yo las sentía salir de mi cuerpo. La voluntad se la había llevado Camila. Ya eclipsada, mi alma estaba siendo alimento del gato que se llevaba raciocinio y pasión. El éxodo de las almas fuera de los cuerpos era consecuencia de los amores perdidos y de los gatos con ojos mas viejos que el tiempo mismo. Dónde van luego no sabría decirlo. Pero el cuerpo se siente extraño, liviano, pero a la vez con la sensación de un faltante. El alma es algo inútil, ¿pero seré yo capaz de prescindir de lo inútil?.

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