domingo, 18 de noviembre de 2012

Papeles ciegos


A ella le gustaban los libros. Tengo que decir que mucho mas que a mí, que me gustan mucho por cierto. Pero ella estaba enamorada de ellos, no los prestaba a nadie, incluso a mi. Hacia anotaciones secretas en los margenes de las paginas. Anotaciones donde compartía con los libros cosas que pensaba o sentía. Era un momento donde además del hecho de compartir, oculto detrás de ese significado, había otro mensaje, uno que se inspiraba en el amor consumado. Lo mismo sentía yo cuando nos acostábamos en el pasto y nos acariciábamos mientras compartíamos pequeños mundos particulares. Y así un simple ombú, por poner un ejemplo, interactuaba con nosotros. Y sus raíces se teñían de felicidad, y quizás de envidia, al vernos tan enamorados.

Si empecé hablando de ella en pasado, es porque esta historia transcurrió en un mundo que ya no es el presente. Como todo amor significativo tuvo un final. De hecho, creo que lo que hace insuperable un amor es su terminación violenta, inesperada pero sincrónica a la vez. Mientras produce la ruptura se crea como la referencia de lo que fue alguna vez. He ahí el carácter del amor, ir mas allá de lo real.

Lucía y el ombú fueron argumentos de un cuento que escribí hace unos años. Era la época en la que aun estábamos enamorados, la idea del cuento vino a mi mientras mirábamos el atardecer sobre las aguas del río Uruguay. Esa tarde supe que ella era lo que yo quería en el mundo. Lo demás no me importaba, nada me hacía mas feliz. La vida no existía sin nosotros juntos. Y mientras pensaba eso, recuerdo que un fuerte dolor, como si hubieran apretado mi corazón desde dentro, punzó mi pecho. A partir de ahí el miedo de perderla adquirió vida, sentido de realidad, realidad de sentido. Y ese, ahora lo veo con claridad, fue un punto de no retorno.

Yo la amaba, de eso no tengo duda. Aunque a partir de mi miedo la relación fue tomando rumbos que hubiera sido mejor evitar. El carácter secreto de nuestra relación fue un condicionante. Es verdad que hubiera gritado a los cielos que la amaba, y me hubiera encargado que toda la ciudad lo supiera, pero ella tenia su familia; yo, podría decirse, también tenía gente que corría el riesgo de salir lastimada. Así que no hice nada. Oculté mis deseos de fugarme con ella a una isla en Entre Ríos, quizás en un lugar tan profundo que para cuando quise rescatarlos habían sido engullidos tras las puertas de mi conciencia.

El miedo que sentía a perderla fue avanzando de tal forma que opacaba lo que la amaba, lo que la amé. Y así fuimos viéndonos cada vez mas esporadicamente. Yo sabía, sí, que ella era feliz  cosa que ella me afirmaba cada vez que nos veíamos. Sin embargo, verla tan feliz, siendo yo un manojo de nervios, ansiedades y miedos, era un sendero hacia el odio. Sinsentido mayúsculo que nunca llegue a entender por qué. Sin embargo lo sentía. Con el transcurrir de nuestro amor, fui odiándola. Tan grande fue ese sentimiento que muchas veces pensé en terminar con nuestros encuentros, para ese punto reducidos ya a unas veces al mes. Mi actitud hacía solo empeorar y empecé a tejer, actitud que me reprocho viéndola en perspectiva, una amplia maraña de manejos por parte de ella. Así  que ella no me atendiera el celular o no respondiera mis mensajes eran la carnalización de mis miedos de perderla. Y así, un péndulo de enfermedad se agregó al catalogo de mis virtudes.

Llegado un momento, era evidente que tenia que decidirme. O continuaba con la historia y descendía por un espiral de locura a los confines mas turbios de la razón, o apartaba lo que el amor significaba en mi vida.

Ya hace un año que no la veo. Debo decir que no fue fácil mudarme y cortar con todo lo que me recordaba a ella. No frecuento lugares con agua, con rio, mar o laguna. Tampoco contemplo mas la luna ni los amaneceres. Ahora fumo, y muchas veces bebo mas de lo que debería para cancelar el futuro paralelo que, algunas veces, viene a mi en sueños. Tengo que aclarar que no le reprocho nada. Simplemente yo no pude manejar mi miedo a estar separado de ella, lo que degeneró en esta locura. 

Pero, para cancelar ese miedo, debí confrontar otro, cuyas repercusiones no alcanzo ahora a vislumbrar. Siempre tuve miedo de vivir sin estar enamorado, lo que para mi significa dotar de sentido la existencia, y al renunciar a ella siento olas de algo negro que me recorre por dentro y que en cada embestida ganan algo mas de espacio. Ayer intente recordarla, pero no pude. Ya la olvidé. Ya no amo, y no creo que vuelva a hacerlo. La seguridad muchas veces aniquila la emoción.

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