viernes, 9 de noviembre de 2012

Agincourt/El Imperio de la Razón

1-


Llevamos tres días marchando de vuelta a Caláis donde esperan nuestros barcos para la retirada. Caminamos a paso rápido, aun bajo una lluvia persistente. El peso de nuestros arcos de madera se ha incrementado consecuencia del agua y la humedad, y muchos de nosotros nos hemos despojado ya de nuestras armaduras de cota de malla. También cargamos el peso de una humillante derrota sobre los hombros. En estos momentos todos ansiamos de sobremanera cruzar el canal y volver con nuestras familias.Las guerras no cambian, siguen siendo el fruto de la contienda de nuestros señores, que nos envían a pelear por cuestiones que no entendemos, que no nos importan, pero que valen mas que nuestras vidas. Para nosotros Normandia importa menos que la sonrisa de nuestros hijos, que no vemos hace seis años, pero aun así nos obligan a combatir. No sé si sera obra de Dios el que seamos ciervos de guerra. Puede ser considerada una herejía, pero estoy empezando a dudar de que el Señor tenga algo que ver con esta guerra donde luchó mi padre y donde mi hijo lo hará también.

Dicen que los francos son bárbaros. Pero no puedo mentirme a mi mismo y negar que vi tanta crueldad de su lado como del nuestro. No podemos comernos nuestros caballos por una disposición Real, pero la carne de humana si es permitida bajo la condescendencia divina.

Soy uno de los pocos que sabe leer y escribir. Es un privilegio que heredé de mi padre. También quiero pasarle el don a mi hijo, quiero también que el tenga mi visión de lo que es la guerra, guerra que no elegirá combatir.

Ayer pasamos por un pueblo arrasado por la peste, y por los propios franceses. La mayoria de las casas estaban abandonadas. Los habitantes huyeron al este, a internarse en los bosques con la esperanza de poder escapar de la guerra. Otros perecieron a causa de la fiebre y los cadáveres poblaban las camas de los hogares ya desiertos.  El villorio, alguna vez de los mas prósperos de Normandia, estaba agonizando. Los cuerpos se pudrían en las calles y la humedad daba mayor presencia al hedor a muerte. Había tanta cantidad que ya no se enterraban. Algunos se quemaban, ante la protesta de los pocos eclesiásticos que quedaban. Pero la mayoría permanecía en su lugar  después de muertos. Niños vagaban sin rumbo por el pueblo en busca de sus familiares ya fallecidos y pedían, sin suerte, ayuda a los pocos habitantes que decidían salir de sus casas. Los nobles dejaron el pueblo ante los primeros indicios de la muerte desbocada. Lo que quedaba eran pobres que morían. No permanecimos mucho tiempo en el lugar. Suponíamos que las tropas francesas venían detrás, así que luego de descansar unas horas continuamos el viaje.


A muchos nos afectó lo visto, la desolación, la miseria de la guerra, nos hizo sentir muy apenados. Ahora marchábamos sin hablar, mientras parvas de cuervos giraban por sobre nuestras cabezas, en presagio del destino.

Si sobrevivimos al contraataque francés quiero que estas notas sean entregadas a mi hijo, quien vive en las afueras de Lancaster a dos leguas de la entrada a la ciudadela, por el camino del norte. También a mi mujer. Quiero ambos vivan los tiempos de paz , de sol, de pequeñas flores amarillas que crecen en el verde de los campos. No tocó a nosotros hacer el trabajo sucio de la historia, ver en la cara los hechos que dentro de cien años serán pasado y nadie recordará. 

Escuchamos el galope de la cabellería francesa. Vamos a entablar el combate sabiendo que somos numéricamente inferiores y que nuestros arcos y flechas humedas no pueden ganar en condiciones normales. Quizás nuestra posibilidad sea la de pelear esta ultima batalla con la esperanza de que sea la ultima de

2-


Estas notas se encontraron por casualidad en una casa de una familia de Agincourt. Según se pudo investigar luego de la batalla, donde el escritor fue muerto a pesar de la sorprendente victoria inglesa, los habitantes de varios pueblos vecinos se hicieron con algunas pertenencias de los caídos. Es común ver en casas rurales de la zona espadas, armaduras y utensilios que datan de esa época y que pasaron de generación en generación.

La familia Debuchy encontró las notas dentro de un cuaderno cuando se disponían a una mudanza. Luego de leerlas se puso en contacto con la alcaldía de Agincourt y así fue que el hecho tomo notoriedad. En consenso con la familia, el gobierno francés decidió entregar las notas a los herederos del autor de las mismas, de apellido Williams.

En la modernidad, las guerras siguen librándose por los mismos motivos, y siguen trayendo las mismas consecuencias. Quizás este sea un mensaje de esperanza en el medio del caos. 

La Batalla de Agincourt tuvo lugar en 1415, en el marco de la Guerra de los Cien Años. La élite de la caballería francesa fue masacrada por arqueros e infantería británicos que se encontraban en retirada y fueron alcanzados. Historiadores afirman que las condiciones climáticas y la incapacidad de las tropas francesas para adaptarse a condiciones del terreno y de batalla cambiantes propiciaron la derrota.

Esta batalla es aun hoy estudiada como uno de los grandes hitos de la estrategia militar y se la considera un punto de inflexión para la posterior victoria y ocupación de Francia por parte de Inglaterra.


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