sábado, 20 de octubre de 2012

La revolución en un sueño eterno


Con el comienzo de la temporada de lluvias el aire se carga de frescura y humedad. Es un ciclo natural que ocurre año tras año, inmutable, como las mareas. En esta tranquila constancia el mundo marca el pasar de los segundos de su vida. A pesar de que me muevo por la ruta siento que no voy a ningún lado, que el movimiento de mi traslación representa mucho menos que un punto en un camino que nunca voy a poder vislumbrar. Viajar en la noche lo pone a uno a pensar cosas, quizás cosas que no quiere pero que aparecen reflejadas en las luces de los coches que vienen de frente. El frío del exterior penetra en el auto, mientras, mi mujer duerme. No intento mirarla cuando está inmersa en sus sueños, hace tiempo comprendí que cuando dormimos los dos soñamos cosas distintas.

La mujer que ahora duerme a mi lado sigue durmiendo, pensando cosas que no yo no puedo comprender. Siento el ruido de sus engranajes dentro del auto, es un ruido seco y gastado, de un mecanismo que se encendió hace tiempo pero ha dejado de servir. Continuará haciéndolo hasta que el desgaste o la falta de combustible que posibilita el movimiento lo detengan. No controlamos nada, solo la forma en la 
que herimos o nos hieren. Tengo ganas de despertarla y decirle lo que pienso, pero encuentro varios obstáculos -no sabría ciertamente qué es lo que pienso- y desisto. Me concentro en el manejo y miro las estrellas que se abren camino entre un claro de nubes. La lluvia no para, pero ha menguado la intensidad. Vuelvo a tener ganas de hablarle, pero está dormida. Faltando la posibilidad de interacción, enciendo la radio del auto. Un locutor cuenta los detalles del azote de un tifón en algún país que no conozco, donde murieron mas de tres mil personas. Cambio de emisora hasta que encuentro música. Jazz. Reconozco que es una canción de Wynton Marsalis, probablemente de All Rise. All Rise, pienso. La mujer sigue durmiendo mientras entro en trance con la música y se abren nuevas sensaciones dentro mio. Pienso que nuestros momentos como pareja siempre fueron momentos en los que estuvimos separados.

Amanece al otro día. Decidimos tomar unas vacaciones y viajamos quince horas en auto para llegar al mar. La familia de ella tiene una casa en un pueblo casi desconocido, que preserva su pureza aislando sus olas azules, sus casas blancas y sus pinos verdes del resto del mundo. El paraíso debe ser conocido por pocos para ser paraíso. Vuelvo a pensar en que todo se subleva en algún momento. -All Rice-.

Me siento en la playa mientras el mar acompasa mis pensamientos, los pone en sincronía con el mundo exterior. Respiro tranquilidad y sal que flota a mi alrededor, casi puedo sentir las moléculas chocar contra la piel de mi cara. Mi mujer está en la casa, ella odia los días grises y ventosos. Sobre la arena escucho el ruido del mar y del viento que se entremezclan formando un solo arrullo suave, delicado , devastador , sombrío. Y mi mujer está en la casa. Casi que puedo escuchar su ruido, ese cric crac de los mecanismos, engranajes, poleas, liquido hidráulico y bombas que la componen. Cric crac. Entre ella y mi auto ya no hay mucha diferencia.

Me acuerdo de mis años de juventud. De lo lejano y distante que se proyectaba un futuro que prometía superación , revolución, anarquía; pero que nos dejó lo mismo que hubo existido antes nuestro. Cric crac y vacuidad, oigo. Me acuerdo del color de los ojos de la que no es mi mujer, mientras el mar se exalta con mis recuerdos e incrementa su poder de embestida contra la costa. Comprender no nos ayuda en nada cuando el comando lo tiene el sentir.

Cuando vuelvo a la casa, lo hago caminando despacio. En realidad lo que quiero hacer es fumar en la noche mientras contemplo el mar, mientras el viento me mueve como una hoja a la deriva. Al llegar descubro que mi mujer duerme. Se quedó dormida en el sillón de la sala con la televisión prendida y ahora un pastor brasilero que habla en portuñol me ofrece la salvación de mi alma. -Interesante oferta- digo en voz alta. Siento la arena en mi cuerpo, pero no me baño. No quiero desprenderme de esa sensación, así que voy a dormir directamente. Mi mujer sigue en el sillón.

El otro día, extrañamente, amanece soleado y sin viento. Me levanto después de pasar un tiempo con la mente en blanco en la cama. Mi mujer no está, seguramente ha ido a la playa para aprovechar el día. Puede permanecer todo el día tirada en la arena mientras el sol le reseca la piel. Ella es feliz con eso. Yo no salgo, me quedo el día en la casa escuchando algunos discos que llevé imaginando que iba a ocurrir esto. Alterno mi día leyendo y pintando una serie de cuadros de la luna. Hago esto impulsivamente, la retrato sobresaliente en un fondo de estrellas que brillan en un lienzo pintado de negro. Ella es blanca, con lunares, cráteres, e imperfecciones que la embellecen. Su imagen está grabada dentro mio, por eso necesito exteriorizarla pintando. Quizás esto es lo que hace que no oiga los propios ruidos mecanizados que también están activos en mi interior.

***

Años después, cuando me acuerdo de ese viaje, reflexiono sobre como los cambios estacionales nos cambian también No podemos permanecer indiferentes a lo que nos rodea. Ese tiempo pasado con mi mujer en la playa sirvió para acelerar el paso de la temporada de lluvias. El viento que me despojó de la pesada carga de la decisión de alejarme del cric crac, no era otro cosa mas que un soplo de esperanza. Viéndolo en retrospectiva ese viaje fue el mas decisivo de mi vida.

Cuando volvíamos en el auto, desperté a mi mujer y le dije que al llegar iba a irme de casa. Recuerdo que no pareció sorprenderle. Lo comprendió con tristeza, pero sabiendo que era lo mejor para los dos. Lo llamativo del caso, algo que aun hoy me pregunto es qué hubiera sido de esa decisión si no hubiera ido a sentarme frente al mar de noche. No puedo figurarme aún la respuesta.

Cada año vuelvo al lugar donde cambié la forma de ver mi vida y espero a que el viento me indique nuevos lugares donde ir.

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