miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuzco

El espacio que queda después de haber amado se convierte en un cascaron hueco, vacío, dispuesto a volver a llenarse. Es fácil llenarlo nuevamente con rencor o alguna otra cosa que tenga que ver con los sentimientos de ese dejar de amar. Pero cuando no los hay, es como arrastrar un carro con un caparazón muerto y pesado tras uno. Por lo menos esta mañana pienso en eso mientras desayuno.

A eso de las 7 cuando voy por el quinto mate de la mañana y la pava en el bracero silva indicándome que estoy calentando mucho el agua, Braulio pasa con su perro detrás. Como todas las mañana va a comprar el pan para el desayuno. Antes solía hacerlo la esposa, Chicha, pero ahora que hay panadería a 50 cuadras suelo verlo pasar todas las mañanas con Mingo, su perro, tras el.  El can es un cuzco sin raza ya entrado en años también. Sin embargo cada día va tras su dueño con, creo yo, la convicción de acompañarlo  no por la recompensa que recibe, ese pedazo de pan que Braulio mastica a la vuelta y del que el can obtiene parte. Veo admiración en los ojos del perro, en faustas miradas de cruzo con el animal parece indicarme que también ellos son capaces de admiración y amor desinteresados. Intercambio saludos desde la calle con Braulio y su perro. Le respondo que se cuide y que le dé saludos a doña Chicha. El hombre y el can prosiguen su viaje. 

A la vuelta pasan otra vez en silencio, hombre y perro, como sumidos en meditaciones trascendentales, quizá alcanzando la solución a esa cuestión que los perturbaba al despertarse. Aparto un poco algunas brazas para darme mas calor en los pies. Permanezco sentado hasta que los primeros rayos de sol alcanzan mi piel. Esta costumbre de levantarme a ver los amaneceres siempre la tuve. Solía acompañar la salida del sol tomando mate con mi mujer. Nos sentábamos en el porsche de la entrada con el fuego y la pava y esperábamos a que saliera el sol. Ella iba poniendo la masa para los bollos en el horno de barro mientras los primeros pájaros del alba surcaban el cielo. Veíamos el paso del cielo oscuro lleno de puntos azulados al cálido rosa y naranja del comienzo del día. Momentos así me hacían el hombre mas feliz. 

Una familia de horneros hizo nido sobre uno de los postes del alambre del campo de enfrente. Hay días que solo el pasar de Braulio y su perro me sacan de la contemplación del nido, puedo decir que soy un fiel observador de esta familia. Atrás de la casa, donde está el molino suelo dejar algunas veces algo de comida para que lleven. No se por qué hago esto, de alguna manera creo que puedo ayudar a estos pájaros cuya vida pasaría igual sin mi existencia. Reflexiono fumando un cigarrillo, siempre hice lo mismo.

Almuerzo temprano, a las 10 de la mañana, una papa con cebolla y huevos revueltos. No tengo necesidad de salir a comprarlas afuera, todo lo que como lo obtengo de mi propio campo. Después de comer, voy a buscar leña a un pequeño bosque que mantengo en uno de los laterales de la casa. A medida que camino, voy dándome vuelta verla. Cada paso que doy, que me aleja, voy viendo la casa mas deteriorada y falta de cuidado. Pienso mientras doy un suspiro que tendré que hacer refacciones antes de que lleguen los vientos y tormentas fuertes del verano.

El pasto está alto pero mi ir y venir de todos los días hizo un sendero de tierra por el cual penetro en el bosque. Debo pedirle el tractor a Braulio, el pasto ya me llega a la cintura. El quebrachal tiene el aroma propio de un bosque cerrado, cuyo ecosistema mantiene a la fuerza a raya todo lo exterior. El aire se respira distinto dentro. Hay veces, cuando no tengo nada para hacer que suelo adentrarme todo un día. Permanezco recorriendolo o sentado. Siempre llevo unas naranjas para saciar hambre y sed. Me es indispensable tener estos momentos de claridad, y , aunque no sea un esclarecido ni mucho menos hay veces que se me ocurren cosas interesantes. Otras , paso el tiempo de recordándome de mi juventud y de mi mujer.

Hoy siento olor a pan casero que el viento trae de algún lado. Mezclado con el olor del quebracho produce una sensación de dulzura y bienestar. La unión del hombre con la naturaleza no puede ser mas armoniosa en este momento. Llego al claro donde está el hacha y me siento sobre la tierra usando un árbol cortado como respaldo. Saco una naranja que llevo en el bolsillo y la pelo con el cortaplumas pacientemente, luego la como. 

Mingo aparece en el claro, el cuzco luce una mirada de sorpresa al verme allí temprano. En su lógica  y quizás al haberme observado ya varias veces, esperaba que me dispusiera a cortar leña por la tarde, después de un paseo mas prolongado por el quebrachal. Lleva un pan en la boca. Se queda mirándome esperando mi reacción. Son unos segundos en donde nos miramos a los ojos y nos comprendemos, donde sentimos ese intercambio que solo se alcanza una vez y por instantes en la mirada del otro. Sus dos ojos negros dejan entrever la espera y la esperanza. Me quedo pensando en lo raro que es sentir tanta identificación en la mirada de un animal. Mingo lleva el pan para una perra que tiene cría, quizás de él. Ella lo espera el otro lado del claro. Al ver esta situación solo puedo reflexionar que la verdad, lo que está tras la sombra de lo cotidiano, solo aflora a nosotros cuando por alguna razón salimos de la rutina, de lo que hacemos a diario y solo puede contemplarse un instante hasta que se convierte en parte de lo ritual. 

Me levanto y emprendo la vuelta a casa. Se que el bosque me abriga del sol del mediodía que caerá sobre mi en cuento salga. Con el hacha al hombro y el andar cansino propio de mi edad, pelo una naranja y la como pacientemente.



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