lunes, 15 de octubre de 2012

El experimento

Hace varios días que pienso cuestiones referidas a la sincronía. ¿qué pasaría si cada persona deja de cumplir el libreto que le es asignado?. No quiero pensar que somos meros actores de algo que está mas allá de nuestro entendimiento, pero hay días en que siento que no estamos muy lejos de esa afirmación. 

Ni bien me despierto abro las cortinas del ventanal que da una parte de las sierras. Normalmente el sol sale por el medio de dos picos, inicia su periplo por el cielo del lado derecho donde está la montaña mas alta, para acabar luego de hacer una linea recta del otro lado. Suelo tomar té sentado en el piso, leyendo las noticias en mi computadora, hasta que el astro recorre la distancia que separa las dos montañas. Cuando la luz queda eclipsada por el cerro de la izquierda, es momento de comenzar el día. Generalmente salgo a caminar y sobre el mediodía vuelvo a comer y distraerme un rato. Escribo algunas notas para el diario por la tarde y cuando el cielo anaranjado anuncia que el anochecer se acerca despido el día con otra caminata. Eso lo hago cuando estoy en mi casa.

Volver a Buenos Aires me fastidia. La sensación se posa en cada poro de mi cuerpo y forma una capa que me cubre y me aísla  Yo mismo noto la distancia que mi mal humor pone sobre el resto. Con el tiempo aprendí a aceptar esto, y ahora prácticamente lo tomo como una parte importante de mi personalidad. También la ciudad me desconcentra. Cada vez que tengo que venir a realizar algún tramite pierdo por varios días las ganas de escribir. Realmente produce en mí un efecto de cerrazón. Puedo leer una biblioteca entera y no acordarme de los títulos de los libros.

Para evitar este efecto planeé una estrategia. Quiero ver cuan libres pueden ser mis ideas cuando mi cabeza tiene que estar concentrada en un punto fijo. Esa es la idea, el desafío de hoy. Aunque puede parecer fácil concentrarse he llegado a la conclusión de que es una de las cosas mas difíciles, por lo menos de las que mas me cuesta a mí. Quizás por eso valoro desde una curiosidad respetuosa aquellas personas que meditan o son capaces de concentrar su energía mental en un punto y mantenerla a su voluntad. En mi caso el contexto lo dificulta aun mas. Siento que me enfrento en una lucha quijotesca contra factores contextuales que conspiran contra mi autopropuesta de hoy.

Voy a empezar a escribir sobre algo que no es en realidad el argumento central de lo que escribo, pienso esto cuando enciendo la computadora para redactar la ultima crónica que me encargaron. Escribir en ese contexto tan prohibitivo debe ser liberador, o espero que lo sea. Esto es lo mejor que encuentro para hacer después de comer. Escucho en la radio que va a llover, aunque antes de enterarme podía sentir el olor a lluvia flotando en el aire que respiraba. Es inevitable ya, pienso. Aun en Buenos Aires soy receptivo a estas cosas de la naturaleza. De alguna forma me hace feliz mantener esta capacidad incluso con el pasar de los años.

Hay cierta violencia revolucionaria en la lluvia, la misma que a veces encuentro en la mirada de personas que cruzo por la calle. Claro que ellos no pueden verse y no lo distinguen. Afuera llueve y en muchas partes la gente corre a guarecerse del agua. La ciudad se vuelva romántica con la lluvia. El agua que cae nos recuerda lo vulnerables que somos ante la naturaleza. Algo tan simple y bello como las gotas de agua modifican los andares sobre los que construimos nuestras vidas. Eso es una prueba de poder y de simpleza a la vez, y contiene un elemento majestuosamente natural como el batir de las alas de una mariposa en primavera.

Permanezco todo el día haciendo trabajos atrasados, encerrado en una habitación de un hotel céntrico. Sin embargo cierta sincronización con el mundo me llama la atención: hay un libro que se llama como mi abuelo, y un pintor austriaco que lleva su nombre también y nació el mismo día que yo, pero en el siglo dieciocho. Quizás las cosas siempre fueron eso que es distinto a lo que creímos que eran. Y , como en un espejo distorsionado, reflejan deformaciones que llamamos Verdad. 

Extenuado por el encierro, la falta de mi ritual al despertarme y cierto malestar que no sé a que atribuir, la mañana siguiente salgo a caminar. El cielo aún está encapotado, y sigo sintiendo que este no es mi lugar. Camino por Avenida Santa Fe en sentido a Plaza Italia. Hay poca gente en la calle y encuentro eso tranquilizante. He desarrollado una incomodidad molesta frente a las grandes multitudes porteñas, aunque ya no intento combatirla como en visitas anteriores. Después de ver un par de vidrieras vuelvo al hotel.

Ya en mi habitación descubro que no pude concentrarme y evitar verme avasallado por mis no ganas de estar en la ciudad. Pero, y esto es algo extraño, hay un sentimiento reconfortante en mi. Decido no seguir pensando en estos asuntos y me voy a dormir. Extrañamente sueño que voy recorriendo Avenida Santa Fe como el día anterior. Presto mucha atención a las miradas de la gente, formas de observar, ojos , ausentes. 

Soñé lo mismo por siete días. Exactamente la cantidad de días que estuve en Buenos Aires, y también el día y el mes en que cumplo años. Detrás de estos datos hay algo mas que el significado que le doy a los números. Algo habla a través de la realidad. También recuerdo una imagen que me quedó del sueño, la veo mientras el sol hace el recorrido todas las mañanas: dos ojos negros, una mirada distinta que crucé con alguien caminando. Lo desconcertante es que esos ojos siguen la trayectoria del sol, como si ellos me miraran. No puedo evitar pensar en Nietzsche y la metáfora de que cuando alguien contempla algo, ese algo también lo contempla. 

Pero hay algo mas en esos ojos. Hay una sensación de viento y lluvia fría de primavera, quizás también el olor a pasto recién cortado y a frutillas que crecen en algún campo del sur, mientras un tren se desplaza por una pradera verde en Devonshire y ella está en su casa mirando la lluvia que le trae nostalgia.

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