domingo, 15 de julio de 2012

Ágora

Una vez que subí al tren me acomodé en un asiento del lado derecho, al lado de la ventana y en el mismo sentido en el que iba. Me senté de lleno inclinando mi cuerpo sobre todo el asiento y suspiré. El aire estaba cálido y tuve que sacarme la bufanda y el abrigo que deposité sobre mis piernas. Cinco minutos después de llegado a Innsbruck, el tren partió con unos pocos pasajeros.


Ya en movimiento, ese plácido ronrroneo ferroviario hizo que pensara en ella. Nuestra relación se basaba en la atracción que despertaban en mí sus continuos desplantes. Si pudiera pensarlo en términos que tuvieran que ver con mi quehacer, diría que se desplazaba en órbita elíptica a mi alrededor. Y en esa órbita estuve preso cinco años. No puedo explicar la impotencia de querer separar un objeto cuya fuerza constituye la unión de las partes de él y de quien quiere separarlo.

Pasa el tiempo mientras fumo y nos desplazamos, el tren y yo, por un breve paisaje verde. Es el patio de enfrente de los picos nevados que asoman mas lejos. En esas montañas está la magia, nosotros la circundamos y si es necesario, hacemos túneles a través de ellas. Penetramos en ellas con violencia desgatándolas en cada embestida; pero aun nos regocijamos al verlas y todavía se muestran majestuosas.


La nostalgia se expande como el escalofrío en un cuerpo afiebrado, escribo en mi cuaderno. Y sigo:


Siempre las grandes dudas fueron las detonantes de los grandes avances. Si no hubiera sido por la curiosidad del hombre por buscar respuestas que fueran mas allá de una palabra, Dios, dudo que la humanidad hubiera despegado. Aunque también pienso que esta afirmación es relativa: ¿despegamos? ¿ de que?. Es la expresión de mis dudas existenciales. Mi no creencia en las verdades absolutas es a la vez el síntoma (o la consecuencia) de mi desconformismo. Me han hablado en Suiza de un cubano de apellido Martí. Según mi interlocutor para el americano todo pueblo lleva consigo su revolución, bien a través de la lucha armada, bien a través de la investigación o la interpretacion histórica. Me gustaría poder creer en eso. Pero al ver el tipo de revolución que construimos en esta Europa gastada y abusada no puedo evitar tener que corregirlo. Naba bueno puede salir ya de nosotros.


Luego, pienso en lo escrito. Está cargado de mi época. Intento despejarme algunos momentos pero ante mi aparecen imágenes de muerte. Ojalá pudiera creer que vamos hacía algo, pero, de alguna forma puedo sentir el pulgar del destino que hace presión sobre mi cabeza. Vuelvo a pensar en ella. Intento, en vano, no pensar ni en la muerte ni en ella. Intento decirme a mi mismo, convencerme de algo, darme algo que creer. Pero las palabras resuenan en mi cabeza (todo pueblo lleva consigo su revolución) y las imágenes se hacen sucesivas. Si, todo pueblo lleva consigo su revolución. (¿que es revolución?)


Toco mi bolsillo y encuentro el papel que origina parte de mis desdichas: Vasiliev. Viajar a Munich. Entonces siento la presión del dedo sobre mi aumentar.





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