miércoles, 18 de enero de 2012

Lost

El sol daba a la tierra los últimos rayos y las hojas de los arboles acaparaban las ultimas luces del día. El letargo de muchas criaturas comenzaba al momento del despertar de otras. El bosque empezaba el ciclo de la noche a medida que nosotros nos adentrábamos en él. Sentíamos que dejábamos atrás una parte. Algo que nos igualaba al resto de las personas se iba muriendo en cada paso que dábamos adentrándonos, respirando el aire húmedo atrapado entre los arboles y la tierra en un bosque otoñal cubierto de la muda de hojas. La noción del tiempo que se termina, la brevedad de lo inmediato era algo que ya no podíamos comprender. Una especie de recuerdo sensorial lejano, como un sueño vago se rememora al despertar. Ya no pertenecíamos al mundo de ellos.
Siempre pensamos la aventura como una actividad para hacer, algo que sea anécdotico para entretener a nuestros amigos los fines de semana. Sin embargo, a medida que caminábamos mirando hacia la copa de los arboles fuimos entendiendo que era imposible negar el llamado. Algo nos atraía al bosque a reencontrarnos con una esencia que perdimos ya mucho antes de nacer. Sentíamos caminar tras nosotros los pasos del destino.


Nuestros pasos, sonando artificiales aun, rompían el equilibrio de sonidos propio del bosque. Insectos nocturnos volaban alrededor  como invitándonos a un baile tras las puertas de nuestra razón. Nos tomamos de la mano. Ni ella ni yo teníamos palabras para describir lo que sentíamos. Nos rodeaba una sensación de pequeñez como la del hombre primitivo al compararse con sus Dioses. Y como ellos perdimos las palabras ante la belleza de lo inexplicable, nuestra repentina felicidad. Debo decir que habíamos superado la barrera del lenguaje y cada mirada nuestra iba acompañada de miles de códigos descifrables por el otro, en sintonia perfecta con la avasallante soledad que nos hacia encontrarnos con nosotros mismos.


Ella, al igual que los arboles, aprovechó las últimos rayos de luz. Sentada con la espalda apoyada en un roble ya centenario sacó El libro del desasosiego. Verla leyendo me lleno de una alegría infantil que casi me hizo reír y correr a abrazarla. A pesar de mis ganas, me detuve para admirarla: sus pequeños dedos pasando las paginas hacían un ruido apenas perceptible pero profundo a la vez. Como una sinfonía en microsegundos. Nunca imagine que al habernos perdido esa tarde hubiéramos encontrado tanto.



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