jueves, 19 de enero de 2012
miércoles, 18 de enero de 2012
Lost
El sol daba a la tierra los últimos rayos y las hojas de los arboles acaparaban las ultimas luces del día. El letargo de muchas criaturas comenzaba al momento del despertar de otras. El bosque empezaba el ciclo de la noche a medida que nosotros nos adentrábamos en él. Sentíamos que dejábamos atrás una parte. Algo que nos igualaba al resto de las personas se iba muriendo en cada paso que dábamos adentrándonos, respirando el aire húmedo atrapado entre los arboles y la tierra en un bosque otoñal cubierto de la muda de hojas. La noción del tiempo que se termina, la brevedad de lo inmediato era algo que ya no podíamos comprender. Una especie de recuerdo sensorial lejano, como un sueño vago se rememora al despertar. Ya no pertenecíamos al mundo de ellos.
Siempre pensamos la aventura como una actividad para hacer, algo que sea anécdotico para entretener a nuestros amigos los fines de semana. Sin embargo, a medida que caminábamos mirando hacia la copa de los arboles fuimos entendiendo que era imposible negar el llamado. Algo nos atraía al bosque a reencontrarnos con una esencia que perdimos ya mucho antes de nacer. Sentíamos caminar tras nosotros los pasos del destino.
Nuestros pasos, sonando artificiales aun, rompían el equilibrio de sonidos propio del bosque. Insectos nocturnos volaban alrededor como invitándonos a un baile tras las puertas de nuestra razón. Nos tomamos de la mano. Ni ella ni yo teníamos palabras para describir lo que sentíamos. Nos rodeaba una sensación de pequeñez como la del hombre primitivo al compararse con sus Dioses. Y como ellos perdimos las palabras ante la belleza de lo inexplicable, nuestra repentina felicidad. Debo decir que habíamos superado la barrera del lenguaje y cada mirada nuestra iba acompañada de miles de códigos descifrables por el otro, en sintonia perfecta con la avasallante soledad que nos hacia encontrarnos con nosotros mismos.
Ella, al igual que los arboles, aprovechó las últimos rayos de luz. Sentada con la espalda apoyada en un roble ya centenario sacó El libro del desasosiego. Verla leyendo me lleno de una alegría infantil que casi me hizo reír y correr a abrazarla. A pesar de mis ganas, me detuve para admirarla: sus pequeños dedos pasando las paginas hacían un ruido apenas perceptible pero profundo a la vez. Como una sinfonía en microsegundos. Nunca imagine que al habernos perdido esa tarde hubiéramos encontrado tanto.
Siempre pensamos la aventura como una actividad para hacer, algo que sea anécdotico para entretener a nuestros amigos los fines de semana. Sin embargo, a medida que caminábamos mirando hacia la copa de los arboles fuimos entendiendo que era imposible negar el llamado. Algo nos atraía al bosque a reencontrarnos con una esencia que perdimos ya mucho antes de nacer. Sentíamos caminar tras nosotros los pasos del destino.
Nuestros pasos, sonando artificiales aun, rompían el equilibrio de sonidos propio del bosque. Insectos nocturnos volaban alrededor como invitándonos a un baile tras las puertas de nuestra razón. Nos tomamos de la mano. Ni ella ni yo teníamos palabras para describir lo que sentíamos. Nos rodeaba una sensación de pequeñez como la del hombre primitivo al compararse con sus Dioses. Y como ellos perdimos las palabras ante la belleza de lo inexplicable, nuestra repentina felicidad. Debo decir que habíamos superado la barrera del lenguaje y cada mirada nuestra iba acompañada de miles de códigos descifrables por el otro, en sintonia perfecta con la avasallante soledad que nos hacia encontrarnos con nosotros mismos.
Ella, al igual que los arboles, aprovechó las últimos rayos de luz. Sentada con la espalda apoyada en un roble ya centenario sacó El libro del desasosiego. Verla leyendo me lleno de una alegría infantil que casi me hizo reír y correr a abrazarla. A pesar de mis ganas, me detuve para admirarla: sus pequeños dedos pasando las paginas hacían un ruido apenas perceptible pero profundo a la vez. Como una sinfonía en microsegundos. Nunca imagine que al habernos perdido esa tarde hubiéramos encontrado tanto.
sábado, 14 de enero de 2012
El hombre de Igushtia (2)
Diario
de viaje de VT.Igushtia
Entrada 2:
Todo esto en un mundo donde manda la libertad. Resulta paradójico que cuando se abrieron las puertas de las leyes económicas de occidente, en las repúblicas soviéticas estos panoramas apocalípticos escapaban al ciudadano común. Mas bien eran reservadas para las películas del genial Tarkovski o para la imaginaciones de la prensa internacional dedicada a mostrar las miserias de la URSS en lugar de ver las también abundantes propias. Irina solía decirme que las personas estamos tan cegadas por lo que deseamos que somos incapaces de ver la miseria que esa búsqueda nos genera.
Hoy hable a Moscú. En Igushtia ya no hay teléfonos desde que estalló el conflicto, así que tenemos que buscar un punto donde haya cobertura. Hablé con Misha y Alexander. Dios, como quiero a mis hijos y extraño a mi esposa.
Mañana
vamos a ir con Piotr. Dicen que un pueblo cercano hay testigos que
vieron los movimientos extraños de 1938. Tenemos fuentes que dicen
que después del traslado a Siberia en 1930 fue exonerado en secreto
y vino a vivir aquí. Según nos contaron la condena a muerte y el
fusilamiento fueron una cortina para que no se hablara de un régimen
blando o de marcha atrás de Stalin. A pesar de todo mi entusiasmo
quiero permanecer el día bajo techo sin hacer nada. No se si es la
edad pero tengo fuertes deseos de dejarme llevar por una corriente de
viento y volar libre. Anhelo tener en los que quizás sea el comienzo
de la recta final de mi vida ninguna responsabilidad. Debe ser
curioso que un viejo anhele la libertad cuando todo lo que hizo en su
vida fue luchar contra ese deseo.
No me
cae bien Sigurov. Es una persona que me repugna en lo mas profundo de
mi ser. A pesar de ser nacido en la negra Sverdlovsk
ha desarrollado un comportamiento que definiría cercano a
aristocraticozarista. La estudiante de economía que trabaja para la
fundación que aporta el dinero para esta investigación comparte
conmigo esta opinión. Creemos que Sigurov, este personaje
despreciable, tiene conexión con las mafias de Igushtia. De todas
formas, no podemos hacer mucho, es el contacto que nos dieron en
Cторінка. Él contactó con Piotr y habían hecho ya todas las
reservas de modo que al momento de llegar ya estaba todo arreglado.
Solamente podemos actuar como títeres en una zona que visitamos por
primera vez. Quizás sea una metáfora para lo que es la vida.
Estoy
muy profundo y eso me disgusta bastante. Es por Igushtia. Hay algo
acá, o mejor dicho, no hay nada. Y la soledad suele ser
desencadenante de las negruras de nuestros interiores. Pero ya no se
ni lo que hay dentro mio. Estoy borracho o algo loco. Puede ser que
las dos cosas.
Tengo
que escribir sobre mi mujer. Si es verdad lo que decía (ya no
recuerdo si Thomas Mann o Henry Miller) así podre sacarme de encima
sus recuerdos.
VT
VT
sábado, 7 de enero de 2012
La leyenda del Perro Negro
Las legiones del imperio de un lado; ordas celtas organizadas para la resistencia al invasor del otro. En medio, un mar de cuerpos donde ya no crecerían mas las flores. El origen del mito del perro negro se remonta a esos tiempos. Después de la carnicería, los perros que los romanos habían llevado consigo se alimentaron con los cadáveres que quedaron tendidos sin sepultura alguna. Parvas de cuervos y jaurías de perros fueron los únicos habitantes de las marismas donde las legiones desembarcaron y fueron sorprendidas por los celtas. El mito cuenta que ante semejante carnicería las fuerzas de la oscuridad se desataron y una conexión con el inframundo fue posible. Los perros de guerra romanos se convirtieron según el mito en representantes del diablo y las fuerzas de la oscuridad.
La mitología occidental es rica en perros infernales. Desde Cerbero hasta la sagas nórdicas se abunda en caninos infernales o acompañantes a modo de presagio de seres de las profundidades.La tradición prerromana céltica ahonda en esta clase de mitos, pero es a partir del hecho señalado que cobran mayor influencia en los relatos de época y se expanden por toda la Britania, llegando incluso a ser fuente de discusión entre los emisarios romanos.
Después de un pico en las apariciones del animal, el mito desaparece de los registros para reaparecer en las postrimerias del siglo XVII. El caso de John Oackland resuena entre los mas conocidos. La familia de este granjero galés se despertó una noche sobresaltada por los ruidos y las estampidas que venían desde el lugar donde estaban las ovejas. Al salir, Oackland encontró mutilados a varias ovejas y a sus perros. Al acercarse al establo de las ovejas vio unos ojos rojos que sobresalían centelleantes en la oscuridad. Oackland intentó dispararle pero el animal se perdió en la noche. Ya al amanecer pudieron ver las huellas de la masacre: todas las ovejas , que no eran pocas dada el apogeo del comercio ovino en esa época, fueron muertas pero no se encontraron los cuerpos de mas de la mitad. Lo que se supone es la criatura que Oackland vio las había devorado. También se cree que se pudo tratar de mas de un animal. En todo caso, el halo de misterio crece en torno a este avistaje. Tres meses despues Oackland y su familia fueron encontrados desgarrados por uno -quizás varios- animales que los atacaron una noche despues de que salieran en busca de ovejas que no habían regresado al establo esa tarde. Sigue abierto el misterio. La figura del perro del mal en la mitología nórdica habla de un emisario que no puede ser visto. Como la muerte misma, quien se encuentra cara a cara con estos seres no vive mucho tiempo.
Pero la muerte de los Oackland solo es un eslabón mas en una cadena de extraños sucesos y muertes relacionadas. Tan presentes están estos hechos que uno de las aventuras de Shelock Holmes tiene como protagonista a un Perro Negro: El Sabueso de los Baskerville es uno de los relatos mas reconocidos de Arthur Conan Doyle y fue inspirada en una leyenda sobre estos animales. Para la época de la publicación de la novela, 1902, la literatura fantástica estaba en plena reinvención, abandonando el naturalismo romántico y recreándose a partir de leyendas locales a las que se le daba una explicación generalmente racionalista.
El historiador y criptozoólogo Joseph Conrad-Stiglitz señala que "hay un punto en común de varios relatos pertenecientes a distintos tiempos y distintas culturas que no tuvieron conexión entre ellas. Las apariciones de perros negros tienen generalmente como punto de partida al Cerbero de la antigua Grecia. Sin embargo, en Egipto y Babilonia, así como en otras civilizaciones menos conocidas, pero no por eso menos importantes,como es el caso de Cártago, hay presencia comprobable de apariciones de seres que tienen las mismas características. La misma descripción se traspola a Garm o Garmr de las leyendas nórdicas e incluso a Way Pek en Yucatán o el mas moderno y mediatizado chupacabras a veces es descripto como un canino. Muchas veces encontramos el mito del perro negro adaptado y penetrado por la cultura local, por ejemplo en Argentina y Paraguay los Mbya Guaraní tienen el mito del Lobizón, que separando la tradición local comparte el tronco arquetipico con, incluso, el mito Babilónico. También en Asía, donde China y el Japón antiguos son fuentes riquísimas en relatos de este tipos, y en Oceanía hay muchos puntos en común. Es evidente que hay algo que da origen a todos estos mitos y leyendas."
La pregunta que cierra esta nota nos lleva por los senderos de la posibilidad de la ciencia y los sentidos para explicarlo todo. ¿Es posible que haya cosas que escapen aun en estos días a nuestro conocimiento?. Durante siglos se creía que el gorila de montaña era una criatura perteneciente al folclore de las tribus africanas hasta que por casualidad fue descubierto entrado ya el siglo XX. He ahí una respuesta.
Viktor Tupolev. Especial para Cторінка 12
lunes, 2 de enero de 2012
Sarrasine
Cuando
volví del trabajo almorcé una ensalada de lechuga,
tomate y huevo y tome algo de vino. Esa tarde me disponía a terminar
Sarrasine de Balzac. Era la primera novela que leía de él y me había
entretenido bastante, a punto tal que deseaba terminar de comer
rápido para sumergirme en la lectura.
Ese día fue relativamente tranquilo en la escuela. Debo advertir que a pesar de haber dicho que volví del trabajo no considero como tal mi vocación de docente. No fue hasta pasados los veinticinco años que descubrí que la docencia era lo que quería. Si bien me interesaban varias cosas como la historia o la filosofía, veía en muchos disciplinas la impotencia de denunciar lo real pero no transformarlo. La verdadera razón de mi elección estaba en que tenia la posibilidad de pasar al campo de la acción, si se quiere, de la acción transformadora. Hice la carrera sin sobresaltos. Como la mayoría de las cosas en vida, la hice sin esforzarme demasiado. Siempre tuve esa particularidad. Muchas cosas simplemente pasaban y yo las hacia sin dedicarle verdadero esfuerzo. La diferencia con cosas anteriores era ahora había una finalidad, una meta a alcanzar.
Encontré mucho tiempo libre una vez que empece a trabajar, primero como auxiliar antes de recibirme y después ya pudiendo titularizar. Por la mañana iba al colegio y después tenia toda la tarde libre. Iba y venia en bicicleta aprovechando que estaba a unas pocas cuadras. Cuando regresaba, después de comer, siempre leía. Adquirí esa costumbre, solitaria tal vez, en mi adolescencia. No era de esos jóvenes que no tenían amigos, pero nunca me sentí en verdadera confianza con alguien como para mostrarme tal cual era. Optaba por no decir lo que pensaba y actuar como el resto. Siempre fui muy empírico, sabia a lo que me exponía al ser distinto. No quiero decir que fuera mejor, pero si diferente. Creo que en el mundo habemos muchos así, pero terminamos derrotandonos a nosotros mismos. Es renunciar o crecer en soledad. Como yo siempre fui orgulloso, elegí lo segundo. Eso marcaría el derrotero de mi vida adulta.
No me considero una persona que sobresalga por su carisma o su atractivo físico, y mi sentido del humor no es típico, sin embargo siempre le gusté a las mujeres, generalmente de mayor edad que yo. No fue difícil para mi encontrar mujeres dispuestas a una relación, y la falta de actividad sexual nunca fue para mi un problema sea por que encontraba alguna aventura o porque había momentos en que lo sexual quedaba en algún plano no tan importante. Sea como fuere, a pesar de tener buena suerte con las mujeres, nunca me enamoré. Supongo que la creencia en al amor se esfumo aun en mi adolescencia: se me ocurrió contar las personas que estaban contentas por amor y las que lloraban por la misma causa dentro de mi grupo de conocidos y encasillé al amor dentro de esas cosas en la que creemos pero que no existen. Así que no guarde nunca expectativas al respecto. A pesar de esto siempre fui feliz en mis relaciones.
Después de terminar Sarrasine dormí una siesta. Habrán sido dos horas de un sueño tranquilo y relajante. Soñé que estaba en Buenos Aires en un centro comercial. Por alguna razón yo me miraba a mi mismo desde un piso mas alto. Presentaba una incipiente calvicie y usaba el pelo corto para disimular lo que era fácilmente distinguible desde arriba. Sin embargo las entradas y el faltante en el medio de la cabeza hacían suponer el el declive ya había comenzado. Iba vestido de una manera inusual. Usaba náuticos, pantalón de vestir azul oscuro y tenía una chomba colo pastel que llevaba dentro del pantalón. En ambas manos tenía las bolsas de lo que había comprado y parecía buscar a alguien mientras caminaba despacio por el shopping. Eso es todo lo que recuerdo.
Al despertarme puse el agua para el mate. Esa tarde no tenia nada para hacer. Estaba viendo a una amiga algunas veces a la semana, pero casi siempre las tardes las pasaba solo. Busqué entre los estantes un libro nuevo que empezar a leer. Elegí Los premios , de Cortazar. Era la primera novela publicada de un autor que siempre fue de mis preferidos. Había aparecido originalmente en 1960, cuando Cortazar aun tenia el pensamiento algo reaccionario que modificaría ya entrados los sesentas. Era llamativo ver que los personajes abordo del Malcolm bebían Quilmes Cristal y leían El Gráfico. Eso hacia que la lectura se hiciera ágil y entretenida. Cuando vacié el termo puse un señalador en la pagina ochenta y cinco y deje el libro. Me levanté del sillón, ya era hora de salir a caminar.
El cielo empezaba a despedirse del azul sin nubes del día y en el horizonte se veía el avanzar de un ejercito de cumulonimbus escoltando la presencia del cielo anaranjado que presagia lluvia. Había comenzado a soplar un brisa de aire cálido y mi perro estaba reacio a acompañarme. Lo dejé en casa y empece mi recorrido. Unas cuantas abejas que libaban el néctar de las flores rojas que adornaban el sendero por el cual caminaba apuraron la tarea. No solo la noche las acechaba, también eran presurosas por la cercanía de la luvia de primavera. Siempre le decía a mis alumnos que si querían saber si iba a llover en un día nublado miraran a los insectos, particularmente a las abejas y hormigas; si actúan de forma apresurada y errática o no podían verse era señal de lluvia.
Había conseguido una casa en las afueras del pueblo. La alquilaba por un precio que en Buenos Aires hubiera sido imposible. Estaba a pocas cuadras de la escuela, yendo para el centro. Pero si salia hacia la otra dirección ascendía a un camino de piedra y finalmente a un sendero rodeado de pasto y flores silvestres. Si caminaba seiscientos metros llegaba a un cerro de piedra desde el cual se podía ver el pueblo ubicado en medio del valle. Me gustaba darle la bienvenida a la noche ahí. Siempre subía con mi perro a fumar esperando que las estrellas nos alumbraran. Después de las doce de la noche se cortaba la luz en todo el lugar. Muchas veces me quedaba esperando ver como la luz artificial moría dando paso al brillo de la luz nocturna. Cuando había luna, el paisaje era digno de un cuadro. La luna aparecía en medio de las montañas, del otro lado del valle. Atravesaba todo el pueblo e iba a ocultarse tras las rocas donde yo estaba parado. Muchas veces la sentía tan cerca que tenia la sensación de tocarla y sentirla escurrirse en un polvo grisáceo entre los dedos.
La presencia de la lluvia en el aire, el aroma que anuncia el encuentro amoroso y violento entre el agua y la tierra era palpable. Caminé unos 20 minutos y cuando pude sentir la imponencia de las nubes y ver el cielo cambiar de color sobre mi, empecé el camino de vuelta. Pensé que cuando llegara podía llamar a mi amiga. Tenia algunas fotos que mostrarle y vino sin abrir para que probemos. Iba a cocinar carne al horno así que podía invitarla quizás hoy o quizás mañana.
Ese día fue relativamente tranquilo en la escuela. Debo advertir que a pesar de haber dicho que volví del trabajo no considero como tal mi vocación de docente. No fue hasta pasados los veinticinco años que descubrí que la docencia era lo que quería. Si bien me interesaban varias cosas como la historia o la filosofía, veía en muchos disciplinas la impotencia de denunciar lo real pero no transformarlo. La verdadera razón de mi elección estaba en que tenia la posibilidad de pasar al campo de la acción, si se quiere, de la acción transformadora. Hice la carrera sin sobresaltos. Como la mayoría de las cosas en vida, la hice sin esforzarme demasiado. Siempre tuve esa particularidad. Muchas cosas simplemente pasaban y yo las hacia sin dedicarle verdadero esfuerzo. La diferencia con cosas anteriores era ahora había una finalidad, una meta a alcanzar.
Encontré mucho tiempo libre una vez que empece a trabajar, primero como auxiliar antes de recibirme y después ya pudiendo titularizar. Por la mañana iba al colegio y después tenia toda la tarde libre. Iba y venia en bicicleta aprovechando que estaba a unas pocas cuadras. Cuando regresaba, después de comer, siempre leía. Adquirí esa costumbre, solitaria tal vez, en mi adolescencia. No era de esos jóvenes que no tenían amigos, pero nunca me sentí en verdadera confianza con alguien como para mostrarme tal cual era. Optaba por no decir lo que pensaba y actuar como el resto. Siempre fui muy empírico, sabia a lo que me exponía al ser distinto. No quiero decir que fuera mejor, pero si diferente. Creo que en el mundo habemos muchos así, pero terminamos derrotandonos a nosotros mismos. Es renunciar o crecer en soledad. Como yo siempre fui orgulloso, elegí lo segundo. Eso marcaría el derrotero de mi vida adulta.
No me considero una persona que sobresalga por su carisma o su atractivo físico, y mi sentido del humor no es típico, sin embargo siempre le gusté a las mujeres, generalmente de mayor edad que yo. No fue difícil para mi encontrar mujeres dispuestas a una relación, y la falta de actividad sexual nunca fue para mi un problema sea por que encontraba alguna aventura o porque había momentos en que lo sexual quedaba en algún plano no tan importante. Sea como fuere, a pesar de tener buena suerte con las mujeres, nunca me enamoré. Supongo que la creencia en al amor se esfumo aun en mi adolescencia: se me ocurrió contar las personas que estaban contentas por amor y las que lloraban por la misma causa dentro de mi grupo de conocidos y encasillé al amor dentro de esas cosas en la que creemos pero que no existen. Así que no guarde nunca expectativas al respecto. A pesar de esto siempre fui feliz en mis relaciones.
Después de terminar Sarrasine dormí una siesta. Habrán sido dos horas de un sueño tranquilo y relajante. Soñé que estaba en Buenos Aires en un centro comercial. Por alguna razón yo me miraba a mi mismo desde un piso mas alto. Presentaba una incipiente calvicie y usaba el pelo corto para disimular lo que era fácilmente distinguible desde arriba. Sin embargo las entradas y el faltante en el medio de la cabeza hacían suponer el el declive ya había comenzado. Iba vestido de una manera inusual. Usaba náuticos, pantalón de vestir azul oscuro y tenía una chomba colo pastel que llevaba dentro del pantalón. En ambas manos tenía las bolsas de lo que había comprado y parecía buscar a alguien mientras caminaba despacio por el shopping. Eso es todo lo que recuerdo.
Al despertarme puse el agua para el mate. Esa tarde no tenia nada para hacer. Estaba viendo a una amiga algunas veces a la semana, pero casi siempre las tardes las pasaba solo. Busqué entre los estantes un libro nuevo que empezar a leer. Elegí Los premios , de Cortazar. Era la primera novela publicada de un autor que siempre fue de mis preferidos. Había aparecido originalmente en 1960, cuando Cortazar aun tenia el pensamiento algo reaccionario que modificaría ya entrados los sesentas. Era llamativo ver que los personajes abordo del Malcolm bebían Quilmes Cristal y leían El Gráfico. Eso hacia que la lectura se hiciera ágil y entretenida. Cuando vacié el termo puse un señalador en la pagina ochenta y cinco y deje el libro. Me levanté del sillón, ya era hora de salir a caminar.
El cielo empezaba a despedirse del azul sin nubes del día y en el horizonte se veía el avanzar de un ejercito de cumulonimbus escoltando la presencia del cielo anaranjado que presagia lluvia. Había comenzado a soplar un brisa de aire cálido y mi perro estaba reacio a acompañarme. Lo dejé en casa y empece mi recorrido. Unas cuantas abejas que libaban el néctar de las flores rojas que adornaban el sendero por el cual caminaba apuraron la tarea. No solo la noche las acechaba, también eran presurosas por la cercanía de la luvia de primavera. Siempre le decía a mis alumnos que si querían saber si iba a llover en un día nublado miraran a los insectos, particularmente a las abejas y hormigas; si actúan de forma apresurada y errática o no podían verse era señal de lluvia.
Había conseguido una casa en las afueras del pueblo. La alquilaba por un precio que en Buenos Aires hubiera sido imposible. Estaba a pocas cuadras de la escuela, yendo para el centro. Pero si salia hacia la otra dirección ascendía a un camino de piedra y finalmente a un sendero rodeado de pasto y flores silvestres. Si caminaba seiscientos metros llegaba a un cerro de piedra desde el cual se podía ver el pueblo ubicado en medio del valle. Me gustaba darle la bienvenida a la noche ahí. Siempre subía con mi perro a fumar esperando que las estrellas nos alumbraran. Después de las doce de la noche se cortaba la luz en todo el lugar. Muchas veces me quedaba esperando ver como la luz artificial moría dando paso al brillo de la luz nocturna. Cuando había luna, el paisaje era digno de un cuadro. La luna aparecía en medio de las montañas, del otro lado del valle. Atravesaba todo el pueblo e iba a ocultarse tras las rocas donde yo estaba parado. Muchas veces la sentía tan cerca que tenia la sensación de tocarla y sentirla escurrirse en un polvo grisáceo entre los dedos.
La presencia de la lluvia en el aire, el aroma que anuncia el encuentro amoroso y violento entre el agua y la tierra era palpable. Caminé unos 20 minutos y cuando pude sentir la imponencia de las nubes y ver el cielo cambiar de color sobre mi, empecé el camino de vuelta. Pensé que cuando llegara podía llamar a mi amiga. Tenia algunas fotos que mostrarle y vino sin abrir para que probemos. Iba a cocinar carne al horno así que podía invitarla quizás hoy o quizás mañana.
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