sábado, 18 de mayo de 2013

Lenguaje

Estuve sin salir durante tres días. Mi desapego del mundo es un ejercicio que me gusta hacer en momentos donde la presión del exterior me obliga buscarme en mis interiores. Quizás estén llenos de demasiados recobecos intrincados, laberintos explorados pero solitarios, lugares oscuros y llenos de humedad, pero son mis interiores, y aprendí a quererlos con el paso del tiempo. Imagino que de la misma manera debieron sentirse los presos en la torre del castillo, donde eran arrojados, alimentados y relativamente bien tratados durante la vida que los condenaba al encierro. Miro la torre del castillo desde mi ventana, presenta un brillo extraño como si al pensar en ella aumentara la capacidad para reflejar la luz del mediodía.

Supongo que mi situación de encierro, aunque voluntario, es bastante similar a la que pasaron hace doscientos años los reclusos. No importan los motivos, pero para la gran mayoría, la vida es un encierro constante frente a la incomprensión del mundo, quizás también frente a la incomprensión de los otros. En ese encierro muchos se lanzan al desenfreno de la vida, cualquiera sea la forma de vivirla; yo prefiero estar solo. Explorarme desde adentro, en una especie de práctica budista que no es budista, en una terapia psicoanalitica que no es psicoanálisis y en teorías que fracasan siempre ante la inexpugnable naturaleza interna de cada persona. Sin embargo esa es la forma en la que elegí gastar mi tiempo, y es la que me hace feliz.

Afuera nieva, pero eso no detiene a la gente, su murmullo, sus risas y gritos. Mucho menos detiene el paso del tiempo, el andar de los autos y los carros. Asomarme por la ventana me proporciona la vista de miles de chimeneas que arrojan humo y olor a leña quemada al aire. Y la nieve sigue cayendo, zigzagueando por el aire hasta depositarse sobre los techos, las calles y los rostros de esos miles que andan paseándose a pesar del frío. Hay tantos motivos para todo como personas en el mundo,  y eso es irrefutable. No importa que las ciencias nos hablen de generalidades, leyes y predicciones. Cada instante, cada persona, cada pensamiento es irrepetible y aun en la mínima expresión hay un universo de diferencias respecto al inmediatamente siguiente, al próximo otro. Igual que cada cristal hexagonal que conforman los copos que caen del cielo.

Es tarde en el día, pero yo recién comienzo mis actividades. Desayuno y luego ordeno mis papeles. No tengo ganas de pensar. Ultimamente considero que hacerlo en exceso, lo mismo que sentir, es causa de mas males que placeres. Ayer hicimos el amor con mi mujer, a quien siento cada vez mas distante. Mis deseos de tener hijos chocan con la misma fuerza que en sentido contrario le dice no tenerlos. En esta batalla de voluntades transcurre nuestro matrimonio. Hoy la veo levantar la mesa. Es hermosa, compañera, buena amante; pero no la amo. Y no sé explicar por qué. Cuando se tiene todo lo que siempre se idealiza por delante y sin embargo no se ama como se soñó se está ante la representación del fracaso mas rotundo, la comprobacion de lo inútil de los pensamientos, las proyecciones y las idealizaciones. Es la prueba mas contundente de que todo lo que nos rodea es una construcción arbitraria que se transmite a través del lenguaje.

Salgo de la casa luego de las seis de la tarde, ya cuando las primeras luces de la noche se encienden y el ir y venir de los transeúntes mengua. Mi mujer se queda en la casa, ya no recuerdo cuando fue la ultima vez que caminamos bajo un anochecer nevado tomados de la mano. Una pareja joven ríe y se besa mientras caminan mano con mano. La comparación me es irresistible y la hago. Cierto malestar, tal vez envidia, me obliga a maldecir a estos jóvenes pero no emito sonido. Apuro el paso y aprieto los puños de las manos que llevo dentro los bolsillos del abrigo. Me apunto mentalmente un descubrimiento: cuando me siento infeliz, la felicidad ajena me da rabia.

Nunca pensé que podía ser capaz de sentir envidia por una situación como la anterior. Repienso mis relaciones, la gran mayoría llenas de felicidad pero con finales abruptos. No encuentro el origen de ese sentimiento de rabia, así que estimo debe ser algo nuevo, producto del estadío de resignación respecto a mi matrimonio y la poco feliz vida que llevamos. Doblo en la esquina de Mainheim y St Luoverture. Ya no veo ni oigo nada. Alzo un poco la vista hacia los techos intentando ver el cielo que no puedo imaginar detrás de la niebla, el humo y las nubes. Quizás la luna esté del otro lado, quizás haya desaparecido.

Empiezo a sentir el frío que unas cuadras atrás había comenzado a subir por los dedos de mis pies. Ahora esta expandido en la medula de mis huesos, y sube silencioso y blanco, llegando ya a mi cadera, donde podrá llegar mas fácil al cerebro y apoderarse de mi. Entro en el bar y dejo mi abrigo y el sombrero en un perchero atestado de prendas. Me despojo también de la bufanda. La busco con decisión, con los ojos exclusivamente dedicados a verla entre el gentío parlanchín, alegre, imbécil. Está sentada en la misma mesa donde siempre me espera. Reparto unos saludos y miradas respetuosas a aquellas personas con la que me cruzo. El bar esta casi completo y solo hay dos mesas sin ocupar. Una mezcla de voces, ropas y personas se abalanzan sobre la barra; otros tienen conversaciones particulares sobre diversos temas. Hay mas hombres que mujeres, la mayoría mas jóvenes que yo. Quizás haya perdido la capacidad de relacionarme con personas mas jóvenes, pienso. Quizás eso es algo que no me importa, me respondo.

Llego a la mesa donde ella me espera. Es hermosa, como siempre, como ella. Apenas me siento, ella toma mi mano y empieza a hablar. Me cuenta lo difícil que es permanecer alejada de mí tanto tiempo. Que se siente incomoda con el tipo de relación que mantenemos. Que esta desperdiciando sus años de juventud con alguien como yo. Que conoció a alguien. El resto de las palabras que dice no las oigo, no las entiendo. Se han convertido en un ruido molesto que intento evitar llegue a mí. En vano le digo que lo piense bien, ella tiene ya la decisión tomada y nada de lo que yo pueda darle va a hacerla cambiar de parecer. En estos casos, es mejor actuar con templanza y no rebajarse ante las pasiones. Sin mucho para decir, pido una cerveza que tomo intentando pretender que ella no está, que no me hacen efectos sus palabras. Veo en sus ojos que está un tanto decepcionada, habría de esperar ver a un suplicante que intentara convencerla de dar vuelta atrás lo que ya tenia decido de antemano. Mis mas de diez años sobre ella me ponían a resguardo de caer en esas actitudes y aunque hubiera querido pelear contra su decisión, ya sabía lo fútil de esas acciones.

Nos despedimos con un beso en la mejilla y cada uno siguió su camino. Antes de que ella doble y la pierda en la esquina me doy vuelta. Es sorprendente como las ultimas imagenes de una persona quedan marcadas en la memoria. Al ver su cuerpo alejarse entiendo que esa impresión va a durar mucho tiempo en mí. Prendo la pipa que saco del bolsillo del abrigo. Ahora nieva con mayor intensidad, pero se ha desatado un viento helado que me amedrenta de seguir en la calle. Me toco la barba mientras fumo, es una especie de tic que descubrí hace poco. Mientras la nieve impacta con furia en mi rostro, sostengo la pipa con la mano derecha, con la izquierda me froto el mentón y la mandíbula. El viento hace correr las nubes que pasan a gran velocidad por sobre las chimeneas. También disipa la niebla y con gran entusiasmo descubro que la luna está, que no ha desaparecido. La veo suspendida en el cielo, pálida , observandome entre el claro que deja el vacío de las nubes. Algo extraño me sucede bajo la mirada lunar. Un escalofrío recorre mi cuerpo junto con la sensación de que el pasado, millones de años, miran dentro de mi ser y se asustan de lo que ven; y luego huyen sin llevarse nada.

Llego a mi casa y mi mujer está preparando la cena. La abrazo por la espalda, la beso y hacemos el amor. A punto de dormirme, luego, pienso en la joven que me dejó unas horas antes. - Es una lastima, digo en voz alta, estaba a punto de amarla-. Miro por la ventana de la habitación, por sobre el cuerpo desnudo, dormido y tibio de mi mujer. La luna está ahí, suspendida, mirándome. Tapo a mi mujer y corro la cortina. No puedo soportar su mirada.





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