jueves, 30 de mayo de 2013

Proximamente

"El viento tiritaba impaciente en los árboles oscuros, y en algún lugar de la lejanía, detrás del horizonte, murmuraba en voz baja, enfadado, el trueno."

"Me levanté por la mañana con dolor de cabeza. Las emociones de la víspera estaban lejanas. En su lugar vino una perplejidad penosa y una tristeza que antes no había conocido. Era como si algo muriese en mí. "

"Fue una temporada extraña, llena de nerviosismo, un verdadero caos en el que sentimientos opuestos, pensamientos, sospechas, esperanzas, alegrías y sufrimientos se arremolinaban en un torbellino"

"La vida no se le aparecía como ese mar de olas tumultuosas que describen los poetas; se la representaba llana como un espejo, inmóvil, transparente hasta es sus oscuras profundidades."

Ivan Turguenev

domingo, 26 de mayo de 2013

Lejos

Hace lejos
distantes en tiempo y espacio
se desencuentran los cuerpos
del uno y del otro.

Hace lejos
de momentos entrañables 
y menos distantes
odios fecundos.

Hace lejos
cuando vivía en otro lado
y caminábamos
bajo el mismo sol.

Ahora lejos.
Y para siempre
lejos.
Cada vez mas.

domingo, 19 de mayo de 2013

Some kind of hapiness



Además: 

- Contraluz, Thomas Pynchon.
- Diario del Año de la Peste, Daniel Defoe.
- Un Medico Rural, Franz Kafka.
- El Capote, Nikolai Gogol.
- El Lecho de Procusto, Camil Petrescu.
- El Fin del Mundo y Un Despiadado País de las Maravillas, Haruki Murakami.

sábado, 18 de mayo de 2013

Lenguaje

Estuve sin salir durante tres días. Mi desapego del mundo es un ejercicio que me gusta hacer en momentos donde la presión del exterior me obliga buscarme en mis interiores. Quizás estén llenos de demasiados recobecos intrincados, laberintos explorados pero solitarios, lugares oscuros y llenos de humedad, pero son mis interiores, y aprendí a quererlos con el paso del tiempo. Imagino que de la misma manera debieron sentirse los presos en la torre del castillo, donde eran arrojados, alimentados y relativamente bien tratados durante la vida que los condenaba al encierro. Miro la torre del castillo desde mi ventana, presenta un brillo extraño como si al pensar en ella aumentara la capacidad para reflejar la luz del mediodía.

Supongo que mi situación de encierro, aunque voluntario, es bastante similar a la que pasaron hace doscientos años los reclusos. No importan los motivos, pero para la gran mayoría, la vida es un encierro constante frente a la incomprensión del mundo, quizás también frente a la incomprensión de los otros. En ese encierro muchos se lanzan al desenfreno de la vida, cualquiera sea la forma de vivirla; yo prefiero estar solo. Explorarme desde adentro, en una especie de práctica budista que no es budista, en una terapia psicoanalitica que no es psicoanálisis y en teorías que fracasan siempre ante la inexpugnable naturaleza interna de cada persona. Sin embargo esa es la forma en la que elegí gastar mi tiempo, y es la que me hace feliz.

Afuera nieva, pero eso no detiene a la gente, su murmullo, sus risas y gritos. Mucho menos detiene el paso del tiempo, el andar de los autos y los carros. Asomarme por la ventana me proporciona la vista de miles de chimeneas que arrojan humo y olor a leña quemada al aire. Y la nieve sigue cayendo, zigzagueando por el aire hasta depositarse sobre los techos, las calles y los rostros de esos miles que andan paseándose a pesar del frío. Hay tantos motivos para todo como personas en el mundo,  y eso es irrefutable. No importa que las ciencias nos hablen de generalidades, leyes y predicciones. Cada instante, cada persona, cada pensamiento es irrepetible y aun en la mínima expresión hay un universo de diferencias respecto al inmediatamente siguiente, al próximo otro. Igual que cada cristal hexagonal que conforman los copos que caen del cielo.

Es tarde en el día, pero yo recién comienzo mis actividades. Desayuno y luego ordeno mis papeles. No tengo ganas de pensar. Ultimamente considero que hacerlo en exceso, lo mismo que sentir, es causa de mas males que placeres. Ayer hicimos el amor con mi mujer, a quien siento cada vez mas distante. Mis deseos de tener hijos chocan con la misma fuerza que en sentido contrario le dice no tenerlos. En esta batalla de voluntades transcurre nuestro matrimonio. Hoy la veo levantar la mesa. Es hermosa, compañera, buena amante; pero no la amo. Y no sé explicar por qué. Cuando se tiene todo lo que siempre se idealiza por delante y sin embargo no se ama como se soñó se está ante la representación del fracaso mas rotundo, la comprobacion de lo inútil de los pensamientos, las proyecciones y las idealizaciones. Es la prueba mas contundente de que todo lo que nos rodea es una construcción arbitraria que se transmite a través del lenguaje.

Salgo de la casa luego de las seis de la tarde, ya cuando las primeras luces de la noche se encienden y el ir y venir de los transeúntes mengua. Mi mujer se queda en la casa, ya no recuerdo cuando fue la ultima vez que caminamos bajo un anochecer nevado tomados de la mano. Una pareja joven ríe y se besa mientras caminan mano con mano. La comparación me es irresistible y la hago. Cierto malestar, tal vez envidia, me obliga a maldecir a estos jóvenes pero no emito sonido. Apuro el paso y aprieto los puños de las manos que llevo dentro los bolsillos del abrigo. Me apunto mentalmente un descubrimiento: cuando me siento infeliz, la felicidad ajena me da rabia.

Nunca pensé que podía ser capaz de sentir envidia por una situación como la anterior. Repienso mis relaciones, la gran mayoría llenas de felicidad pero con finales abruptos. No encuentro el origen de ese sentimiento de rabia, así que estimo debe ser algo nuevo, producto del estadío de resignación respecto a mi matrimonio y la poco feliz vida que llevamos. Doblo en la esquina de Mainheim y St Luoverture. Ya no veo ni oigo nada. Alzo un poco la vista hacia los techos intentando ver el cielo que no puedo imaginar detrás de la niebla, el humo y las nubes. Quizás la luna esté del otro lado, quizás haya desaparecido.

Empiezo a sentir el frío que unas cuadras atrás había comenzado a subir por los dedos de mis pies. Ahora esta expandido en la medula de mis huesos, y sube silencioso y blanco, llegando ya a mi cadera, donde podrá llegar mas fácil al cerebro y apoderarse de mi. Entro en el bar y dejo mi abrigo y el sombrero en un perchero atestado de prendas. Me despojo también de la bufanda. La busco con decisión, con los ojos exclusivamente dedicados a verla entre el gentío parlanchín, alegre, imbécil. Está sentada en la misma mesa donde siempre me espera. Reparto unos saludos y miradas respetuosas a aquellas personas con la que me cruzo. El bar esta casi completo y solo hay dos mesas sin ocupar. Una mezcla de voces, ropas y personas se abalanzan sobre la barra; otros tienen conversaciones particulares sobre diversos temas. Hay mas hombres que mujeres, la mayoría mas jóvenes que yo. Quizás haya perdido la capacidad de relacionarme con personas mas jóvenes, pienso. Quizás eso es algo que no me importa, me respondo.

Llego a la mesa donde ella me espera. Es hermosa, como siempre, como ella. Apenas me siento, ella toma mi mano y empieza a hablar. Me cuenta lo difícil que es permanecer alejada de mí tanto tiempo. Que se siente incomoda con el tipo de relación que mantenemos. Que esta desperdiciando sus años de juventud con alguien como yo. Que conoció a alguien. El resto de las palabras que dice no las oigo, no las entiendo. Se han convertido en un ruido molesto que intento evitar llegue a mí. En vano le digo que lo piense bien, ella tiene ya la decisión tomada y nada de lo que yo pueda darle va a hacerla cambiar de parecer. En estos casos, es mejor actuar con templanza y no rebajarse ante las pasiones. Sin mucho para decir, pido una cerveza que tomo intentando pretender que ella no está, que no me hacen efectos sus palabras. Veo en sus ojos que está un tanto decepcionada, habría de esperar ver a un suplicante que intentara convencerla de dar vuelta atrás lo que ya tenia decido de antemano. Mis mas de diez años sobre ella me ponían a resguardo de caer en esas actitudes y aunque hubiera querido pelear contra su decisión, ya sabía lo fútil de esas acciones.

Nos despedimos con un beso en la mejilla y cada uno siguió su camino. Antes de que ella doble y la pierda en la esquina me doy vuelta. Es sorprendente como las ultimas imagenes de una persona quedan marcadas en la memoria. Al ver su cuerpo alejarse entiendo que esa impresión va a durar mucho tiempo en mí. Prendo la pipa que saco del bolsillo del abrigo. Ahora nieva con mayor intensidad, pero se ha desatado un viento helado que me amedrenta de seguir en la calle. Me toco la barba mientras fumo, es una especie de tic que descubrí hace poco. Mientras la nieve impacta con furia en mi rostro, sostengo la pipa con la mano derecha, con la izquierda me froto el mentón y la mandíbula. El viento hace correr las nubes que pasan a gran velocidad por sobre las chimeneas. También disipa la niebla y con gran entusiasmo descubro que la luna está, que no ha desaparecido. La veo suspendida en el cielo, pálida , observandome entre el claro que deja el vacío de las nubes. Algo extraño me sucede bajo la mirada lunar. Un escalofrío recorre mi cuerpo junto con la sensación de que el pasado, millones de años, miran dentro de mi ser y se asustan de lo que ven; y luego huyen sin llevarse nada.

Llego a mi casa y mi mujer está preparando la cena. La abrazo por la espalda, la beso y hacemos el amor. A punto de dormirme, luego, pienso en la joven que me dejó unas horas antes. - Es una lastima, digo en voz alta, estaba a punto de amarla-. Miro por la ventana de la habitación, por sobre el cuerpo desnudo, dormido y tibio de mi mujer. La luna está ahí, suspendida, mirándome. Tapo a mi mujer y corro la cortina. No puedo soportar su mirada.





jueves, 16 de mayo de 2013

Espacio





Excursion Into Philosophy, Edward Hopper

A H.M., gracias.

Nunca contemplé un amanecer mas triste que aquel, aunque el sol explotando vertía de nácar naranja el río y los contornos de los edificios de la ciudad de pobres corazones que tanto odio. Como imagen estaba desteñida y tenía la falsedad estética de una foto retocada. También amanecen cubiertos de naranja los homeless a los que ella tanto teme. Estoy sentado en una mesa mirando el amanecer por la ventana mientras tomo mate y tengo la cabeza en blanco, no puedo pensar. Ella duerme en el cuarto. Oigo su respiración como si estuviera al lado mio. Me concentro en el salir del sol en un esfuerzo por poder centrar mi mente en algo. La resaca, las preguntas, las respuestas. Mala combinación para acompañar el vacío de la ausencia que va creciendo.

Una pregunta subyace e irrumpe en la escena. Suspiro e intento contestármela a mí mismo, decirla de la forma en la que pensé la respuesta unas horas antes, luego de comer y a pesar de estar desnudos en la cama.

Prosigo con mi monologo interior, el que considero necesario para poder esclarecerme a mi mismo qué es lo que siento, qué es lo que voy a sentir los próximos días cuando la ausencia se haga carne. Extrañamente pienso que lo que mas me gusta de ella es su cuerpo; cuerpo que duerme en el cuarto contiguo. Los cuerpos tienen la extraña característica de la metamorfosis: de un cuerpo individual pueden pasar a ser dos cuerpos en uno; luego pueden volverse objetos y llenarse de extrañeza y cosificarse al punto de no encontrar en ellos rastros de un individuo. Hace tiempo que solamente pienso que me gusta su cuerpo. Aun no sé en que punto de la metamorfosis está.

Suena su teléfono mientras ella duerme y yo miro sorprendido, con rastros del golpetear de la resaca, el primer amanecer que me despierta tristeza en mucho tiempo. Simbólicamente, me digo a mi mismo, estoy en un universo por el que nunca pasé, que es ajeno a mí y que sobrevolé circunstancialmente como esas sondas que para adentrarse en nuevos universos adquieren impulso en el campo gravitatorio de los planetas. Soy un alien, un cuerpo ajeno a este mundo en el que amanezco, y en el que solo tengo unas horas mas de continuidad.

Amor. Deseos, pulsiones, esperanzas; todo eso que puede llamarse amor. Ahora los estoy deconstruyendo en el proceso de pensar. Retomo ciertos hilos de mi pensamiento. En algún momento de esos juegos de búsqueda e imposición de límites, el todo fue reducido al cuerpo. El contacto, las caricias, las sonrisas, los planes, desaparecieron a medida que iba gestándose un cambio, el nacimiento de la incomodidad, el mal humor y el no poder crear, todas cosas opuestas al amor. La irracionalidad de pensar que si el amor es libertad, ponerle limites es amor. Quizás haya sido otra cosa.

La veo levantarse, caminar hacia donde estoy y pienso en por qué siento tristeza. ¿por qué a pesar de mis consideraciones sobre el no futuro de la relación, sobre lo muy diferente que somos, pensamos, hacemos siento que estoy perdiendo algo? ¿o es mi ego el que habla cuando responde que estoy perdiendo algo?. Quizás haya ganado algo, o haya ganado más de lo que perdí. Laissez faire , laissez passer.

Antes de intercambiar las primeras palabras y desayunar juntos, el amanecer y la resaca siguieron su camino en dirección al río Uruguay. En silencio miro por la ventana mientras ella es ella en silencio, como casi siempre el ultimo tiempo. Sigue siendo linda de alguna manera, pero de otra; me siento distante, ya fuera de su universo. Y siento la no fricción del espacio profundo.

El sentir se completa con una caminata en silencio, donde a pesar de caminar juntos cada paso dado nos distancia; el ultimo abrazo y despedida.

domingo, 12 de mayo de 2013

Sonata a Kreutzer


Pózdnyshev, el protagonista de este intenso relato, explica a un compañero de viaje las razones que lo impulsaron a matar a su mujer. A través de la narración de este personaje, Tolstói arremete contra la hipocresía de los valores burgueses, un velo de ilusión que apenas oculta las oscuras pulsiones y la violencia subyacentes en las relaciones humanas. El crimen de Pózdnyshev halla su expresión simbólica en los contundentes acordes iniciales de la Sonata a Kreutzer de Beethoven; interpretados en un salón burgués «entre damas escotadas», desatan un torbellino de fuerzas capaces de transformar el alma del oyente. La música actúa como el cuchillo del asesino: ambos rasgan el velo de las apariencias, abriendo una grieta por la que irrumpen potencias imposibles de controlar.


***

Y tras acercarme con sigilo, de pronto, abrí la puerta. Recuerdo la expresión de sus caras. Recuerdo aquella expresión porque me proporcionó una dolorosa alegría. Era una expresión de horror. Y eso era lo que justamente necesitaba. Nunca olvidaré la expresión de horror desesperado que asomó en las caras de ambos en el primer instante de verme. Él me parece que estaba sentado frente a la mesa, pero al verme o al oírme se puso de un salto en pie y se quedó petrificado de espaldas al armario. En su rostro se reflejaba una expresión de horror muy indudable. Y en la cara de ella también de dibujaba la misma expresión de horror, pero al mismo tiempo había algo más. Si sólo hubiese visto lo primero, tal vez  no habría sucedido lo que luego sucedió; pero en la expresión de la cara de mi mujer, o al menos así me lo pareció a mí en el primer momento, había además disgusto, se la veía contrariada porque le habían interrumpido su devaneo amoroso y la felicidad que él le iba a proporcionar. Se diría que ella sólo quería una cosa: que no le impidieran ser feliz en aquel momento. Una y otra expresión duraron sólo un instante en sus rostros.[...] Por un segundo me detuve en la puerta con el cuchillo tras la espalda. Y en aquel instante el hombre sonrió y con un tono indiferente que rayaba en lo cómico, empezó diciendo:
- Ya ve, estábamos tocando...
- No esperaba que...- al mismo tiempo intervino ella en sintonía con él.
Ni uno ni otro acabaron la frase: la misma furia loca anterior que me invadió la semana anterior me volvió a dominar. De nuevo experimenté  la necesidad de destruir, de atacar, de saciar mi ira, y me entregué a ella.
 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los Sinsabores del Verdadero Policia





¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritos salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.

El fantasma de Edna Lieberman *


Te visitan en la hora más oscura
todos tus amores perdidos.
El camino de tierra que conducía al manicomio
se despliega otra vez como los ojos
de Edna Lieberman,
como sólo podían sus ojos
elevarse por encima de las ciudades
y brillar.
Y brillan nuevamente para ti
los ojos de Edna
detrás del aro de fuego
que antes era el camino de tierra,
la senda que recorriste de noche,
ida y vuelta,
una y otra vez,
buscándola o acaso
buscando tu sombra.
Y despiertas silenciosamente
y los ojos de Edna
están allí.
Entre la luna y el aro de fuego,
leyendo a sus poetas mexicanos
favoritos.
¿Y a Gilberto Owen,
lo has leído?,
dicen tus labios sin sonido,
dice tu respiración
y tu sangre que circula
como la luz de un faro.
Pero son sus ojos el faro
que atraviesa tu silencio.
Sus ojos que son como el libro
de geografía ideal:
los mapas de la pesadilla pura.
Y tu sangre ilumina
los estantes con libros, las sillas
con libros, el suelo
lleno de libros apilados.
Pero los ojos de Edna
sólo te buscan a ti.
Sus ojos son el libro
más buscado.
Demasiado tarde
lo has entendido, pero
no importa.
En el sueño vuelves
a estrechar sus manos,
y ya no pides nada.

* Roberto Bolaño