domingo, 9 de septiembre de 2012

El pasajero

Al salir de Austria caigo profundamente dormido. Sueño con ella, quien parece regresar como el cuervo de Poe para atormentarme. Estábamos en la cama, con aires de superioridad las palabras salían de la boca cansada de besar unos segundos antes. Ella transmitía esencia floral, tan real como pasajera, así como en la naturaleza misma. Todo su cuerpo  se sincronizaba en violentas puntadas que su lengua daba. Como las cosas mas importantes ella no tiene dueño, aunque a veces cuando me abraza me confiesa que quiere tenerlo, que realmente se siente vacía y sola pero que nada mas me lo va a decir a mi. Cargar con ese peso, con ser el objeto en el cual ella deposita sus secretos se vuelve por momentos intolerable.  A veces me pide que le haga cosas que me da pudor solamente pensarlas, cosas que están mal, que no sabia que podían hacerse pero yo las hago, se las hago. Entrar en detalles morales no es mi intención, quizás todos pudiéramos ser mas felices sin tener esas cosas dándonos vueltas por la cabeza. Ella fuma  y aspira cocaína, entre tantas cosas que hacen daño a su vida. Le valoro su fuerza de voluntad para probar cosas que yo nunca hubiese hecho. 

Despierto.A medida que avanza el tren las imágenes de ella comienzan a desvanecerse. Van sucediendose en hileras recuerdos un poco mas cercanos que tienen que ver con mi estadía en Austria y con el telegrama que llevo en mi bolsillo. Tampoco olvido las circunstancias de mi trabajo . Ser asesino es algo que nunca pensé en convertirme, pero, en definitiva, la vida es la diferencia entre lo que queremos ser y lo que somos.

Hablando un poco de mi debo decir que estudíe astronomía en Konigsberg. Cuando el Ejerctio Rojo invadió la cuidad cambiaron el nombre y la bautizaron Kaliningrado. Aquellos que teníamos ideas contrarias al totalitarismo stalinista debimos exiliarnos, enterrar nuestro ser bajo el pesado manto de la desmemoria y la añoranza. Acumulé un odio terrible hacia todos los comunistas a partir de ese entonces. Debía dejar la ciudad que para mi representaba todo, mis recuerdos, los ideales, la belleza y un porvenir como profesor en la Universidad. Tuve que dejar la ciudad a los 31 años, era 1945.

 Mi apellido, Vasiliev, deja en claro que mi ascendencia es soviética. Soy hijo de Lev Mihalovich Vasiliev, un trabajador ferroviario de Kazan que se instaló en Prusia en 1905 asustado por el levantamiento e intento de revolución fallida. Con el miedo de las represalias y unos libros a cuesta mi padre abandonó su patria a los 18 años. Llegado a un nuevo país rápidamente se integró en la comunidad gracias a su conocimiento del uso de herramientas y el alto grado de instrucción que poseía a pesar de la poca formación escolar que había recibido. Era de esos hombres que suplían la carencia de su educación con esfuerzo y practicidad. Mi infancia transcurrió en un pueblo rural, en una casa de piedra como las hay millones en el mundo, aunque nunca conocí a mi madre.  Según me enteré una vez fallecido mi padre yo había sido producto de un amor de temporada , mi padre me crió por su cuenta. Nací un 20 de julio de 1914, el año que daba comienzo al siglo XX y se enterraban los anhelos de paz y de progreso de la humanidad. No haber tenido hermanos hizo que me criara prácticamente solo y a la edad de once años empecé a trabajar junto a mi padre para pagar el alquiler de la casa donde vivíamos. Mis primeros acercamientos con las estrellas se remontan a esa época. Volviendo a casa siguiendo el sendero del ferrocarril miraba la luna, algunas veces redonda y brillante; otras sombría, desafiante y con aires espectrales. Mi padre me habló cierta noche de Julio Verne y de la historia del viaje a la luna. Me dijo que cuando hubiéramos aprendido lo suficiente del espacio, podríamos habitar la luna y otros planetas, incluso viajar a estrellas muy lejanas. A partir de ese comentario mi fascinación por los planetas fue creciendo. 

Por los altoparlantes se anuncia la llegada a Rosenheim, es la ultima parada antes de llegar a Munich. Miro mi reloj, estamos viajando puntualmente. Ojalá la vida fuera tan exacta como la medición del tiempo. Pienso en algo que me parece un sinsentido y a la vez es cierto, si no hubiera nacido yo en estas circunstancias, sería otra persona. El ultimo paisaje que veo antes de cerrar levemente los ojos es el de las montañas con laderas verdes y picos nevados. Imagino los dientes de león que por miles crecen en esas laderas, las millares de abejas que las polinizan y las sonrisas de los chicos y jóvenes que juegan y se besan sobre el pasto bajo las nubes. Cuando los vuelvo a abrir, ya en la estacion, los soldados estadounidenses están apostados esperando que bajen los pasajeros. Tomo mi bolso, el abrigo y camino para descender del tren.


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