Debo
confesar que quizás, y hay grandes posibilidades de que así sea,
este delirio haya sido producto de la fiebre que se abatió sobre mi,
irrumpiendo violentamente en mi mundo y yéndose tan misteriosamente
como hubo entrado. Entiendo que esta aclaración debe hacerse y tomar
el carácter de imprescindible para quien lea este fragmento.
No sé en que punto la realidad y la fantasía coexisten. Si el universo es un tejido, un plano que superpone varios niveles, el cruce de los diferentes elementos existe. En ese punto que es la conjunción de todas las redes, los universos del universo, todo se conoce. Es el transito de lo pasajero a lo eterno que dura micromilésimas de segundos. En ese lugar oí hablar de ella la primera vez, aunque, claro está, no lo sabía. Las palabras se me escapaban de la boca con letargo, cansadas, suplicando para ellas mismas permanecer en mis interiores. Figuras de formas extrañas e inimaginables, habitantes de otras dimensiones, intentaban comunicarse conmigo. No podía entender por mas que realizara un esfuerzo tremendo. Al despertarme sentía el cansancio en los músculos y la sensación de que abrir los ojos era un acto que podía hacer yo solamente estando en el lugar del universo que había sido predeterminado para eso. Y me tranquilizaba saber que permanecía anclado a mi lugar. Así se sucedieron las noches de los días y de las semanas.
De día
pensaba en esos sueños. No sabía bien lo que eran. Mi primera
intención fue relacionarlos con los muchos antecedentes de locura en
el seno familiar. El arbol genealógico era fecundo en
ramas marchitas y secas, en hojas arrebatadas por el viento de la
insanía caídas sobre el piso frío de la
ciencia. A pesar de todos estos antecedentes descarté tal
posibilidad. Como los hechos sucedían en el mundo de los sueños
sin presentar correlato en la realidad, empece a dudar que mis
sentidos estuvieran involucrados en tal levantamiento contra la
razón. Si los sentidos me pertenecen, puedo dominar, crear y
destruir a mi antojo lo circundante. Puedo ser amo y señor de
mi lógica y de mi razón. Así descarté mi propia locura.
Con el
correr de los meses los sueños seguían apareciendo
exactamente en la misma frecuencia, generalmente cuando ya
llevaba durmiendo algunas horas. Como yo era por esos entonces una
persona decididamente rutinaria, siempre me iba a la cama a la misma
hora. Por eso los sueños siempre se manifestaban en una franja
horaria que logré estimar entre las tres y las cinco de la mañana.
Primero aparecían dos gatos que llevaban un trineo atado a
sus rabos. Uno blanco y el otro negro. Luego se perdía toda
referencia a los visual y lo real del sueño se posicionaba sobre el
olor. Aroma a selva, a mar y a polo extremo y
distante. Después aparecían figuras, colores y
sensaciones que no encuentro forma de describir. Se algún idioma,
o todos, tienen las palabras que se me decían, los olores y las
visiones que se me regalaban. Pero no es mi intención extenderme
tanto explicando lo que sentí. Pienso contar, entonces, lo
que sucedió la noche que cambió para siempre el sueño.
Con
una linealidad precisa soñé siempre lo mismo durante seis meses en
los que mi salud física se deterioró a raíz de dormir
poco y mal. Sin embargo una noche el sueño cambió. Yacía sentado
en una loma. Detrás el pasto estaba prolijamente corto y un aire
floral y liviano, suave como el de la primavera se contorneaba a mi
alrededor. Divagaba perdido en el mundo de mis pensamientos cuando
algo llamó mi atención. Donde la loma adquiría su
punto descendente había un pequeño lago de agua
calma. El sol brillaba con fuerza sobre el celeste del agua. Camine
hacia el espejo que formaba el lago y me detuve. Busqué sombra bajo
un sauce cuyas hojas bucleadas rompían el
equilibrio inerte de la superficie. El roce sensual del
sauce y el agua me erizó la piel. Era la naturaleza en pleno acto de
seducción. En mi sueño me dormí profundamente. Me desperté al
sentir los besos de una mujer que me abrazaba y caminaba mi cara con
sus labios. Sus dedos pequeños le cubrían la cara, no
podía ver quien era. Me deje llevar e hicimos el amor bajo el
sauce.
Ella durmió mientras yo la tomaba por la
cintura. Sentía su respiración , sus pulmones
llenarse de aire y exhalar perfume. Su espalda chocaba
contra mi pecho en cada mutua respiracíon. Mientras dormía yo le
acariciaba las mejillas. Sentí curiosidad por ver quien era, pero no
tenia rostro. Era una cara redonda sin nada, un espacio en blanco
para completar con elementos de mi memoria emotiva. Sobresaltado dí
unos pasos hacia el lago, caminando de espaldas al agua. Al girar
sobre mis pasos vi mi reflejo, mi propia cara. También era
un circulo vacío para ser completado por alguna memoria emotiva. En
ese momento me desperté.
Nunca volví a soñar nada mas. Ni los sueños donde aparecían criaturas multidimensionales, ni donde era un ser sin rostro junto a una mujer igual, bajo un sauce que coqueteaba con el agua. Escribiendo mis sueños logre identificar un nombre. Cada ser que me hablaba emitía un ladrido, cosa que debí entender desde el principio. Haberlo hecho hubiera simplificado mucho las cosas. Busqué en diferentes idiomas palabras que pudieran significar ladrido, ladrar, aullar, etc.
Contemplándome desde el punto que es todos los puntos y es la eternidad de otra de mis vidas, entendí lo que eso significaba en mis sueños. Laika es, en ruso, la que ladra. Laika va, es , en castellano, el lugar de los sentimientos. Donde estos son ladrados en aires multicolores, aromas deliciosamente caóticos y sonrisas que opacan al sol. Laika tiene que seguir escribiendo para que estos universos, el mio en ellos, sigan existiendo.
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