domingo, 20 de mayo de 2012

Bosque

Dejo el auto y sigo la marcha a pie. Al llegar al bosque una serie de arboles se levanta delante mio. Son la puerta de entrada, columnas verdes que llegan hasta el cielo impidiendo que caiga sobre mí. De troncos gruesos los primeros arboles abundan en hojas, ramas y pájaros que emiten diferentes cantos y me miran desde lo alto. Advierten la cercanía de un ente que no pertenece a ese lugar. 


Son las 19.15 y el sol empieza a verter los últimos rayos. Sobre el horizonte veo por ultima vez la explosión naranja del atardecer. Me adentro con mi mochila llevando lo imprescindible para un estancia que no sé cuanto tiempo durará. Comida enlatada para varios días, varios litros de agua, una brújula, un pequeño cortaplumas, una linterna y un libro es lo que cargo. No considero útil llevar nada mas.


Una vez inmerso en el espacio que ocupan arboles crecidos sin ninguna organización racional, sin orden ni necesidad de estar dispuestos de esa manera, siento el aire cargado de humedad. Es un aire distinto, pesado para respirar. Lo siento rasgándome la nariz, la traquea, adentrándose en el espacio vacío en mis pulmones. Lo encuentro expandiendo por las arterias, hasta llegar a mis dedos, saltando fuera a través de los poros, volviendo a ingresar en una nueva inspiración. Deus sive natura.


Aunque caminar sin destino siempre me gustó, nunca hasta hoy me animé a adentrarme tanto en un lugar que no conozco. No tengo miedo, aunque intuyo que hacer una excursión a las profundidades de algo implica pasar a ser parte de eso que se invade. Es imposible no salir trasmutado de semejante expedición. Siento que a medida que camino hacia la penumbra del corazón del bosque voy reuniendo piezas complejas en mi interior. El corazón del bosque es en realidad mi corazón. Esta protegido de arboles que impiden que sea fácil llegar hasta el; llegar y llagar.


Paro a secarme la transpiración que cae sobre mi frente, por el cuello y baja por el medio de la espalda. Miro el reloj, 21.45. Caminé mas de dos horas sin darme cuenta que prácticamente no puedo ver mis pasos. La penumbra de la noche golpea con mas fuerza que en lugares abiertos y casi no puedo distinguir el cielo. Me siento en un pequeño claro y tomo agua. Miro la brújula, deduzco que estuve caminando casi en linea recta hacia el este. Si sigo caminando en esa dirección podré tener el sol de frente al amanecer. Saco la linterna y leo algunas paginas del libro que traje conmigo. Me quedo dormido y sueño.


Cuatro jinetes avanzan por un campo de amapolas. El dolor los tranquiliza, apacigua sus corazones. Vientos que refrescan sus interiores colapsan los sólidos. Flotan. Solo queda un mar interno donde el sol refleja su color. Los jinetes que van al mar apuran el paso; el mundo de los sueños los reclama. Camarones amarillos se desprenden desde el fondo del mar. Brillan en la siniestra oscuridad de las cosas mas profundas.


Al despertarme siento el calor del amanecer. Tengo la mitad del cuerpo bajo la luz del día, la otra sigue en la sombras. Estoy entumecido por haber dormido en una mala posición. Me queda el sinsabor de haber tenido un sueño que no puedo comprender. Abro los ojos despacio, veo mi mochila y Walden abierto boca abajo entre las hojas secas del otoño. Escucho con claridad. Por lo menos mucho mas que ayer. Oigo el correr del agua de un río que pasa cerca; el día anterior no me hubiera percatado de la existencia de agua. Camino esquivando la sombra de los arboles, intentando que la luz del sol me caliente un poco. Llego hasta el río y me mojo la cara con el agua helada. Al instante siento el latir de mi corazón en las sienes, el rostro caliente y el martilleo de la sangre pasando por el.


Hormigas rodean mi cuerpo tendido sobre las hojas. Permanezco la mañana acostado mirando la punta de los arboles y, en segundo plano, las nubes que se mueven llevadas por el viento, el sol estático que la rotación de la tierra hace mover. Recuerdo un fragmento de un poema de Pessoa, si cuando yo muera quieren escribir mi biografía, nada hay mas simple, solo tiene dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra todos los días son míos.


El momento de mayor actividad de los animales es cuando el sol está exactamente sobre la tierra, en nuestro medio día. Me levanto al darme la luz de lleno en los ojos. Abro una lata y como pescado. Luego voy al río, me desnudo y me meto en el agua hasta la cintura. Siento como va subiendo el nivel de agua dentro mio. Lo que era desierto va convirtiéndose en una sabana de pastos amarillentos y pequeños naranjos que el viento mece. Entre los pastos resistentes a la falta de agua, van abriéndose pequeñas flores de color rojo, amarillo y violeta. Tienen el centro amarillo y se alinean en dirección al sol. Solo tendrán un breve existencia; se ahogaran con la primer tormenta o marchitarán en cuanto la humedad vuelva ser inexistente. Lo mismo ocurrirá con los naranjos. Aprovecho y disfruto su aroma, solo el pastó perdurará.


Salgo del agua, me vuelvo a vestir y me siento en unas piedras que sobresalen al costado del río. Uso las raíces de un nogal como almohada. Continúo leyendo Walden:  Antes que amor, o que dinero, o fama, dame verdad. Me senté a una mesa en la que había ricos manjares, vino en abundancia, y obsequiosos ayudantes; pero la sinceridad y la verdad no estaban allí, y me escapé, hambriento, de aquella mesa inhospitalaria. La hospitalidad era tan fría como los helados; pensé que no había necesidad de hielo para prepararlos. Me hablaban de la edad del vino, y de la fama del viñedo; pero yo pensaba en un vino más añejo, más nuevo y más puro, de una vendimia más gloriosa, que ellos no había tenido, ni lo podían comprar. El estilo, la casa y sus terrenos, y los "entretenimientos", nada eran para mí. Fui a visitar al rey, pero me hizo esperar en su hall, y se condujo como un hombre incapacitado para la hospitalidad. Había un hombre en mis vecindades que vivía en un árbol hueco. Sus maneras eran, en verdad, reales. Yo había hecho mejor en visitarlo a él.

La luz que ciega nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo puede alborear el día para el cual estamos despiertos. Hay muchos días aún por nacer. El sol no es más que un lucero del alba  



Thoreau escribió en la soledad el bosque nativo de Conrad, Massachussets, donde vivió mas de dos años. Debió sentir mucho de las cosas que pasan por mi en este momento, aunque mi intención no es vivir tanto tiempo. Guardo el libro en la mochila y empiezo a caminar bordeando el río. Miro la brújula, sigo caminando hacia el este. Hay algo que destruye el ego en esto de estar en el medio de la naturaleza. Me veo en perspectiva real. Soy en armonía y al ritmo de lo que me rodea.


El río parece no tener final, el río eterno se desplaza a mi lado. Los animales, pájaros y ardillas, ya no huyen de mí. Llevo menos de un día en el bosque y ya soy parte de él. Comprendo que debo dejar la mochila y mis cosas, incluso la brújula. 


A medida que camino el río y yo llegamos a una bifurcación, no es posible para mi seguir costeandolo. Elijo seguir caminando hacia la izquierda, a través de un pasillo improvisado bajo las ramas de muchos arboles. Noto el cambio de la vegetación. Ya no hay hojarasca, aquí los arboles son de hoja perenne. También el aire es diferente. Puedo ver mi respiración y sentí olor a nieve , a pesar de no verla ni sentir el frío. 


Sigo caminando. Las hojas se revelan como espejos donde puedo verme caminando. Me observo nitidamente mientras me introduzco en una niebla espesa. Llega un momento donde ya no puedo verme. He entrado en la niebla del interior.


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