La ciudad se derrite progresivamente, haciendo que el paisaje se parezca a un cuadro surrealista. Las hojas de los arboles no se mueven, el viento no las impulsa. Ninguna corriente de los 7 vientos acude al llamado desesperado. Así deben sentirse los peces que viven tras paredes de vidrio. En las calles los cuerpos transpirados van y vienen sin saber de y hacia donde. En algún punto una pareja de punkis vestidos de negro caminan de la mano y la cadena que ella lleva en la cintura golpea suavemente contra su descubierta y empapada cadera. Un bebé es llevado en su carrito: sonríe y disfruta solo con el pañal puesto. El café sabe feo y la cerveza se vuelve un deseo que cobra fuerza. Ella habla sonriendo mientras pasa las paginas del libro que lee y espera que el sol no enrojezca demasiado su espalda. Solo quiere un tenue bronceado.
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