jueves, 22 de diciembre de 2011

El cuento de Sofía

Sofía y yo nos veíamos ocasionalmente. Encontramos en el otro una relación que podría definirse como amor posmoderno: cogíamos y de vez en cuando íbamos al cine o a comer afuera. Eramos el reflejo de la época del descompromiso. No me importaba si ella estaba con otros hombres; tampoco creo que ella se preocupara por si yo tenia relaciones con otra mujer. A pesar de esa libertad a ninguno de los dos nos interesaba otra persona.


Sofía vivía sola en un departamento céntrico y yo emprendía el viaje diario desde y hacia el suburbio. Ella trabajaba como recepcionista en microcentro, en uno de esos edificios que proyectan sombras gigantescas en todo momento del año. Cuando estábamos acostados me solía hablar sobre la pérdida de percepción del momento del día en que estaba. No sabia si era mañana o tarde, o si ya había anochecido estando ahí dentro. 


- Es como ese vídeo que te gusta-, dijo mirándome y abriendo grandes sus ojos marrones - el de Fleet Foxes cuando adelantan o atrasan el día y las estaciones moviendo una palanca. Es todo un mecanismo de vida ese.-


Era muy linda. Tenia un gesto preciso, particular  y precioso: cada vez que quería darle énfasis a lo que decía movía los labios en gesto de sonrisa y asentía con la cabeza.  


- Creo que cada vez te digo mas veces por día que sos hermosa. No sé, tendría que contarlas. Pero la semana pasada fueron ... mmm... 4 y hoy con está ya van 6. Me pasa que estoy en el trabajo y pienso en vos y me rio. Hace años que una sonrisa no tiene ese efecto y vos tenes la culpa-


- Si-, contesto ella gesticulando adorablemente, - soy hermosa y ...- no llegó a terminar la frase. La besé y empezamos a sacarnos la ropa. Cogimos. Después nos tapamos y nos abrazamos. Pensaba en lo bien que me sentía cuando compartía cosas con ella.


Cuando nos despedimos me abrazó fuerte, se mordió el labio y abriendo los ojos dijo - Te quiero -. Sonó tan leve, como si se avergonzara de haberlo dicho, pero las palabras flotaron por el aire en cámara lenta transportándome a un mundo donde yo no iría a trabajar y que quedaba haciendo el amor con Sofía toda la mañana. Despues comeríamos, dormiríamos y haríamos el amor nuevamente al despertar de la siesta.


- Yo también te quiero-, le dije sonriendo mientras me temblaba la voz . - Pero tengo que ir a trabajar. Nos hablamos, arreglamos para el fin de semana-. La besé y bajé las escaleras confundido, sabiendo que de alguna manera las cosas estaban cambiando. Mas adelante, comprendería que las cosas ya habían mutado sin que tomáramos conciencia de eso.


***


Sofía cerró la puerta y sonrió feliz. Estaba muy enamorada de Diego, tanto que le daba miedo la posibilidad de insinuarle que viniera a vivir con ella. Habia pensado seriamente en esa posibilidad. Iba a decirle que se quede una o dos veces por semana para ahorrarse el viaje hasta los suburbios.


Se paró frente al espejo y observó el pelo rizado, negro, que le caía sobre los hombros. La luz, levemente azulada, hacia brillar su piel y se reflejaba sus ojos. Sabia que el estaba tan enamorado como ella.


***


Eramos relativamente jóvenes y algo inocentes. Aun pensábamos que podíamos hacer algo, que eramos nosotros a fuerza de las decisiones correctas los que decidíamos nuestras vidas. Pensarnos y sentirnos libres de hacer. Eramos como niños que pensábamos que las nubes se movían solas, impulsadas por la voluntad de llegar al mar o a las sierras, sin comprender la acción del viento. 


Y así como el tiempo es villano, el nuestro iba quedándose corto.


***




Sofía me regaló Sauce ciego, mujer dormida. Si existía algo en el mundo que hiciese que la amara, eso era un regalo semejante. Había intentado encontrar ese libro por todas las librerías de la ciudad pero estaba agotado y por lo que supe , no seria reeditado. Tenia toda la obra del autor en un estante aparte y había calculado el espacio para un libro mas, que sin embargo, me era imposible conseguir. 


Esa noche me pidió que no me fuera. Llovía mucho y la vuelta a casa sería un infierno de autos varados escupiendo monoxido de carbono hacia cielos apáticos y centelleantes.


Mientras hacíamos el amor, Sofía me pidió que acabara dentro. Que tenia ganas de que ese fuera un regalos para los dos.- no te hagas drama, a la mañana tomo la pastilla. Dale , acabame.-


El tamborilleo de las gotas en el techo se escuchaba vívido como si estuviéramos debajo de una caja de cartón a la intemperie.Acabé dentro de ella varias veces y nos quedamos dormidos.


Al amanecer, los primeros rayos de sol que entraban por la ventana del balcón me despertaron. El sol estaba saliendo y los anaranjados rayos chocaban contra la cadera desnuda de Sofía. Yo podía ver el desplazarse del sol mirando su cadera: era un bello Stonehenge de cálida piel humana.



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