Doce horas en un tren nocturno que pasa por el medio del campo bonaerense son difíciles de sobrellevar. Por suerte había aprendido hacia ya un tiempo que cuando la soledad aparece no hay que hacer nada, que sola como apareció, se va.
Es
difícil poder contar algo del viaje. Creo que veía las estrellas
porque me imaginaba que tenían que estar ahí, afuera, esperando a
ser miradas por un pobre tipo que viajaba solo en un vagón a Bahía
Blanca.
Desde
que salimos de Buenos Aires no pude dormir. Algo encontré el sueño
saliendo de Tornquist, pero fue pasajero y no sirvió de mucho. Al
contrario, el mal descanso de ese microsueño hizo que añorara aun
mas un sueño decente. Tuve que recurrir a un libro.
Uno de
mis últimos asuntos en Buenos Aires fue rescatarme a mi mismo, de
una manera simbólica. Fui a visitar a mi ex para pedirle que me
devolviera mis cosas. Nunca había tenido el valor de hacerlo,
supongo que por el miedo a confirmar lo que ya sabia, que estaba con
otro. Es raro como uno se niega lo que sabe algunas veces. El hecho
es que ese autorescate emocional, una especie de dignificación del
genero masculino en desgracia, sirvió para que me fuera de la ciudad
con paz interior. Y un libro en la mochila.
Nunca
me gustó Borges. Cada vez que lo digo, quien esta presente me mira
con gesto de desaprobación. Creo que me compre Ficciones para
confirmarme que odio al tipo. No soporto esa forma de escribir que
denota erudición constante. No soporto el gorilismo ni el
virtuosismo suntuoso que le encuentro a Borges en cada linea. Sin
embargo, un cuento, El Memorioso Funes, hizo que mi atención dejara
de lado mi postura literaria. El
Memorioso Funes trata sobre una persona, Funes, que tiene la facultad
de recordarlo todo. Pero perdió la capacidad de hacer relaciones y
conexiones simples. Es como una gran computadora que recuerda pero no
siente. Así me sentía yo en ese tren.
La
decisión de viajar a Bahía Blanca la tome porque siempre me gustó
el puerto. Me acuerdo cuando iba con mi viejo a ver los trenes
cargueros que llegaban al puerto y me gustaba caminar hasta donde
terminaban las vías. Y ahí veía los barcos inmensos, el movimiento
de gente y maquinas, tanto revuelo que contrastaba con lo bello del
monótono movimiento del río.
Me
voy a quedar unos días en Bahía para ver si puedo conseguir trabajo
acá. Dicen que los bahienses no quieren mucho a los porteños, así
que tendré otra mochila con la que cargar. En caso de que no pueda,
tengo pensado cruzar a Patagones a probar suerte. Dicen que los
viajes, son algo así como ritos de iniciación. Este, es el
principio de una nueva historia.