lunes, 26 de abril de 2010

La chica y la nube

Fumaba sentada en la puerta de su casa. Le gustaba salir todas las tardes y simplemente sentarse ahí a ver la vida pasar. Muchas veces acompañaba el cigarrillo con una cerveza. –Quien haya dicho que la felicidad está en los pequeños detalles, acertó-, divagaba a la vez que un perro se le acercaba moviendo la cola y se agachaba para rascarle la cabeza.
Solo eso, solo una cerveza y un cigarrillo era lo que necesitaba para ser feliz. Cuando la vida no se dejaba ver, se iba al patio y se tiraba en el pasto. Si la suerte estaba de su lado podía ver las nubes y jugar con las formas de cada una. Así como cada uno puede interpretar una idea desde puntos de vista opuestos, con las nubes pasa lo mismo. Dos personas pueden ver algo totalmente distinto y a la vez majestuoso. Esa simplicidad y ambigüedad de las nubes le había parecido algo espectacular desde siempre. Cuando era chica quería volar. Ahora ya acostumbrada a las cadenas de la adultez, se contenta con ver las nubes e imaginar. Eso la mantiene conciente de que tiene vida, y alma.

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