martes, 2 de marzo de 2010

Amar en dias tormentosos

Quedamos en que me esperaba en un café de la Avenida de Mayo. Siempre iba a ese lugar cuando salía de la redacción. Ese día, me acuerdo, estaba lluvioso y con mucha humedad, pero ella estaba esperándome impecable. En cambio yo llegue tarde, mojado y desarreglado. Cuando me vio llegar me sonrió en un gesto mezcla de compasión por mi estado y a la vez de risa por mi vergonzante presencia que desentonaba con la quietud del decorado caoba del bar. Después de una charla bastante entretenida le dije que estaba cansado y mojado, lo que era obvio para ella, que si no quería ir para algún otro lado. Fueron eternos los segundos que tardo en contestarme. Sentía como si de repente las gotas que golpeaban la vereda y explotaban en forma de racimo infinito de gotas más pequeñas, se hubieran detenido. Fueron segundos intermibles donde todo desapareció del mundo y solo quedé yo, expectante a lo que esos labios rojos dirían. – Mira, no tenia pensado hacer nada hoy. Esta feo. ¿Vamos a tu departamento?-, dijo. Y después de escucharla todo retornó a su habitual velocidad, el mundo volvió a ser mundo. Creo que si ella no me hubiera hecho la propuesta hubiéramos dado algunas vueltas, se habría aburrido e ido a su casa. Menos mal que no lo hizo, pensaba mientras veía su espalda blanca envuelta entre las sabanas. Ahora dormía a mi lado mientras la peor tormenta del siglo caía sobre Buenos Aires inundándolo todo. Ese día, mientras en el exterior se debatía sobre el clima y las inundaciones, mientras sirenas y truenos emanaban de cualquier punto; nosotros nos pasamos el día entero en la cama. Entre caricias y besos ya se había hecho sábado. Y se hizo domingo también.

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