What we got here is failure to communicate.
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La
imagen del atardecer que cae sobre las colinas que hacen de antesala
al valle es la del General derrotado. Busca dentro de su cabeza las
razones que llevaron a la perdida de 7 regimientos, que en un calculo
de vidas humanas equivale a mas de 6 mil muertes. Aunque el general
lo piense en términos de bajas, las perdidas son vidas humanas.
El
General recibe en la improvisada carpa dispuesta como cuartel general
a un emisario del bando victorioso. No es el general contrario, sino
un enviado, cosa que angustia aun mas al derrotado. Luego de discutir
los términos de rendición, discutir en ese caso es limitarse a
asentir a los requerimientos del vencedor, se dan la mano, firman una
improvisada acta y el emisario deja solo en la carpa al General.
El
silencio de después de la batalla inunda todo el espacio donde hace
unas horas atrás eran descuartizados seres humanos y sus miembros
cercenados volaban por el aire. Solo, cada tanto, irrumpía en el
silencio algún herido exclamando a través de su alarido la extrema
crueldad de la continuación de la política por otros medios. Varios
soldados con vendas depositaban en silencio más cadáveres a la pila
que yacía en el campamento de los derrotados. El General seguía
analizando razones.
Desde
ya que cuando se va a una guerra se lo hace con la esperanza de
ganarla. Sería un sinsentido hacer lo contrario, por eso, hay que
buscar los motivos de la derrota. El General asumió que la posición
ventajosa del enemigo, en táctica defensiva sobre un territorio
apenas mas elevado, guarecido en un antiguo fuerte de piedra y
ayudado por una solida artillería había sido mas que su cuidadosa e
infalible planificación. En circunstancias normales, pensaba,
hubiéramos ganado la batalla y estaría yo siendo vitoreado por mis
soldados en la entrada a la ciudad. Tampoco los lideres de escuadrón
habían respondido bien. Tan pronto como las primeras cargas de la
artillería enemiga habían caído, los soldados dieron rienda suelta
a su miedo. Muchos fueron incapaces de mantener la linea en el ataque
y eso facilitó la tarea de la infantería enemiga. Nadie había
disparado contra los desertores, como él había ordenado, y eso
facilitó la tarea de un enemigo que aunque inferior en numero, era
superior en valor, pensaba el General.
Toda
la jerarquía del ejercito derrotado había sido muerta en combate.
De muchos se encontraban solo fragmentos. El General pidió papel a
un soldado sin salir de su carpa.
"Sr. Presidente:
Tengo
que decirle muy apesadumbrado que hemos sido derrotados por un
enemigo muy inferior. Tanto su idea de ataque como mi planificación
han sido perfectamente diagramadas pero nuestros soldados no pudieron
desempeñar la labor a la que fueron expuestos por la Historia. Esto
es una gran desgracia para la Nación. Junto con esta carta envíole
la lista con las demandas a las que he tenido que acceder, demandas
que me llenan de vergüenza pero que son las necesarias para , por el
momento, asegurar la paz. Le ruego entienda mi decisión de aceptar
tales condiciones.
Creo
haber dado lo mejor de mí en la vasta trayectoria que he tenido el
honor de desarrollar al frente de sus nobles fuerzas.
Que
se lleve a cabo lo que el destino manifiesto haya pensado para mí."
Luego
de firmar la carta se levantó de su silla y salió del improvisado
cuartel general. Sobre el pasto del valle había cuerpos, agujeros
debido las explosiones y carros para cargar los cuerpos de los
heridos y los muertos. El general pidió a un soldado un caballo y
que designara entre algún sobreviviente un emisario para llevar la
carta, pero no había caballos y apenas quedaban soldados en
condiciones para realizar el viaje. Guardó la carta en el bolsillo
del saco y entró en la carpa.
Llegada
la noche se veía el resplandor del arder de las pilas de cuerpos. El
valle verde reflejaba los fulgores de las llamas que consumían lo
que antes habían sido soldados, caballos y perros. Humo negro se
levantaba desde las hogueras en dirección al cielo y lo ennegrecían
de tal forma que era imposible ver las estrellas. El General y lo que
quedaba de su tropa contemplaban desde los calabozos improvisados del
fuerte enemigo. Detrás de las lineas enemigas el General comprendió:
no perdieron la guerra por ningún error o destino fatal. Habían
sido victimas de la necesidad de libertad que el enemigo imponía en
cada acto defensivo. Daban sus vidas por defender el fuerte cuya
perdida significaría el primer capitulo de perder la guerra que se
avecinaba. En cada duelo de infantería, en cada carga de la
caballería se jugaba la libertad. Había un ideal detrás de todo el
honor protético que significa la guerra, peleaban por algo más que
las minas de carbón y la tierra fértil que ellos venían a invadir.
Artillería de un siglo atrás, un fuerte de 150 años, soldados que
eran carpinteros, carniceros, agricultores, madres, hijos, habían
derrotado al ejercito del General que ahora era prisionero y cuya
muerte inminente vaticinaba bajo los códigos de la guerra para las
primeras horas del amanecer.
El
fuego que alumbraba el rostro testigo del General, también daba luz
y calor a los festejos de los vencedores que gritaban de alegría,
lloraban las perdidas y amaban como la ultima vez. Antes de morir, el
General comprendió poco antes del alba que ninguna guerra puede ser
ganada contra un enemigo que se aferra por su libertad. No importa la
profesionalidad de los soldados, el numero, la tecnología ni ninguna
otra variable introducida o por introducir en la historia de la
guerra.
Al
despertarse las primeras con luces del día en el rostro, él y sus
solados fueron llevados al patio de fusilamientos del fuerte, lugar
que mantiene su uso 150 años después de construido. Como soldado
profesional que era marchó sin decir ninguna palabra. Parecía que
el tiempo se hubiera hinchado y adquirido consistencia impidiendo la
normal velocidad de las cosas. Pensó que era la sensación de la
muerte lo que trastocaba el ritmo del andar.
Parados
unos frente a otros, los 26 soldados y el General, enfrentaban al
pelotón de fusilamiento compuesto por campesinos armados con
escopetas mas viejas que ellos mismos. Mirando hacia el costado
vieron que el ejercito que los había vencido eran desahuciados
huesudos con caballos marcados por el hambre, gente que apenas podía
mantenerse parada había derrotado la primera invasión del glorioso
ejercito del norte. La pieles curtidas enfrentaban al sol sin
necesidad de achinar los ojos como él y sus soldados
irremediablemente hacían. Vio la realidad desde otro ángulo. El
fuerte había sido construido por una avanzada de su propio país,
antes, en otro intento de invasión que con el tiempo había fracasado
dejando en la retirada armas y el fuerte que ahora atestiguaba los
preparativos para el fusilamiento. La guerra hecha con las armas del
enemigo.
Un
hombre blanco como él, de barba incipiente que se tornaba roja al
sol le dijo en su idioma que si era de su preferencia podían
vendarle los ojos para que murieran en paz. Era el mismo que un día
antes lo visitó con los puntos de la rendición en su carpa. El
General, que habló por sus soldados dijo No, we´re gonna die in
God´s hands. We have no fear. El emisario respondió que había sido
enviado con esa pregunta por el General Juarez, que iba a ser el
encargado de dar la orden de fusilamiento. El General Wilkinson vio a
un campesino desgarbado, adornado con un sombrero de paja. Tenia
varias cicatrices en las piernas que mostraba a través de los
pantalones harapientos. Juárez lo miro, se miraron intercambiando
argumentos que correspondían a mundos opuestos. Gringos fuera,
gritaban los espectadores del fusilamiento.
A
las 8 de la mañana exactamente, con el sol que aun nacía de frente
a ellos, los soldados estadounidenses recibieron la descarga.
Wilkinson oyó antes de morir palabras que no entendió: preparados,
listos, fuego, que salieron de la boca de Juárez. Wilkinson murió
con la certeza de que el propio Juárez había disparado contra él y
pensó, cayendo al suelo, que las cosas no son tan fáciles como
parecen.
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