domingo, 9 de marzo de 2014

Hay una Guerra

What we got here is failure to communicate.
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La imagen del atardecer que cae sobre las colinas que hacen de antesala al valle es la del General derrotado. Busca dentro de su cabeza las razones que llevaron a la perdida de 7 regimientos, que en un calculo de vidas humanas equivale a mas de 6 mil muertes. Aunque el general lo piense en términos de bajas, las perdidas son vidas humanas.

El General recibe en la improvisada carpa dispuesta como cuartel general a un emisario del bando victorioso. No es el general contrario, sino un enviado, cosa que angustia aun mas al derrotado. Luego de discutir los términos de rendición, discutir en ese caso es limitarse a asentir a los requerimientos del vencedor, se dan la mano, firman una improvisada acta y el emisario deja solo en la carpa al General.

El silencio de después de la batalla inunda todo el espacio donde hace unas horas atrás eran descuartizados seres humanos y sus miembros cercenados volaban por el aire. Solo, cada tanto, irrumpía en el silencio algún herido exclamando a través de su alarido la extrema crueldad de la continuación de la política por otros medios. Varios soldados con vendas depositaban en silencio más cadáveres a la pila que yacía en el campamento de los derrotados. El General seguía analizando razones.

Desde ya que cuando se va a una guerra se lo hace con la esperanza de ganarla. Sería un sinsentido hacer lo contrario, por eso, hay que buscar los motivos de la derrota. El General asumió que la posición ventajosa del enemigo, en táctica defensiva sobre un territorio apenas mas elevado, guarecido en un antiguo fuerte de piedra y ayudado por una solida artillería había sido mas que su cuidadosa e infalible planificación. En circunstancias normales, pensaba, hubiéramos ganado la batalla y estaría yo siendo vitoreado por mis soldados en la entrada a la ciudad. Tampoco los lideres de escuadrón habían respondido bien. Tan pronto como las primeras cargas de la artillería enemiga habían caído, los soldados dieron rienda suelta a su miedo. Muchos fueron incapaces de mantener la linea en el ataque y eso facilitó la tarea de la infantería enemiga. Nadie había disparado contra los desertores, como él había ordenado, y eso facilitó la tarea de un enemigo que aunque inferior en numero, era superior en valor, pensaba el General.

Toda la jerarquía del ejercito derrotado había sido muerta en combate. De muchos se encontraban solo fragmentos. El General pidió papel a un soldado sin salir de su carpa.

"Sr. Presidente:

Tengo que decirle muy apesadumbrado que hemos sido derrotados por un enemigo muy inferior. Tanto su idea de ataque como mi planificación han sido perfectamente diagramadas pero nuestros soldados no pudieron desempeñar la labor a la que fueron expuestos por la Historia. Esto es una gran desgracia para la Nación. Junto con esta carta envíole la lista con las demandas a las que he tenido que acceder, demandas que me llenan de vergüenza pero que son las necesarias para , por el momento, asegurar la paz. Le ruego entienda mi decisión de aceptar tales condiciones.

Creo haber dado lo mejor de mí en la vasta trayectoria que he tenido el honor de desarrollar al frente de sus nobles fuerzas.

Que se lleve a cabo lo que el destino manifiesto haya pensado para mí."

Luego de firmar la carta se levantó de su silla y salió del improvisado cuartel general. Sobre el pasto del valle había cuerpos, agujeros debido las explosiones y carros para cargar los cuerpos de los heridos y los muertos. El general pidió a un soldado un caballo y que designara entre algún sobreviviente un emisario para llevar la carta, pero no había caballos y apenas quedaban soldados en condiciones para realizar el viaje. Guardó la carta en el bolsillo del saco y entró en la carpa.

Llegada la noche se veía el resplandor del arder de las pilas de cuerpos. El valle verde reflejaba los fulgores de las llamas que consumían lo que antes habían sido soldados, caballos y perros. Humo negro se levantaba desde las hogueras en dirección al cielo y lo ennegrecían de tal forma que era imposible ver las estrellas. El General y lo que quedaba de su tropa contemplaban desde los calabozos improvisados del fuerte enemigo. Detrás de las lineas enemigas el General comprendió: no perdieron la guerra por ningún error o destino fatal. Habían sido victimas de la necesidad de libertad que el enemigo imponía en cada acto defensivo. Daban sus vidas por defender el fuerte cuya perdida significaría el primer capitulo de perder la guerra que se avecinaba. En cada duelo de infantería, en cada carga de la caballería se jugaba la libertad. Había un ideal detrás de todo el honor protético que significa la guerra, peleaban por algo más que las minas de carbón y la tierra fértil que ellos venían a invadir. Artillería de un siglo atrás, un fuerte de 150 años, soldados que eran carpinteros, carniceros, agricultores, madres, hijos, habían derrotado al ejercito del General que ahora era prisionero y cuya muerte inminente vaticinaba bajo los códigos de la guerra para las primeras horas del amanecer.

El fuego que alumbraba el rostro testigo del General, también daba luz y calor a los festejos de los vencedores que gritaban de alegría, lloraban las perdidas y amaban como la ultima vez. Antes de morir, el General comprendió poco antes del alba que ninguna guerra puede ser ganada contra un enemigo que se aferra por su libertad. No importa la profesionalidad de los soldados, el numero, la tecnología ni ninguna otra variable introducida o por introducir en la historia de la guerra.

Al despertarse las primeras con luces del día en el rostro, él y sus solados fueron llevados al patio de fusilamientos del fuerte, lugar que mantiene su uso 150 años después de construido. Como soldado profesional que era marchó sin decir ninguna palabra. Parecía que el tiempo se hubiera hinchado y adquirido consistencia impidiendo la normal velocidad de las cosas. Pensó que era la sensación de la muerte lo que trastocaba el ritmo del andar.

Parados unos frente a otros, los 26 soldados y el General, enfrentaban al pelotón de fusilamiento compuesto por campesinos armados con escopetas mas viejas que ellos mismos. Mirando hacia el costado vieron que el ejercito que los había vencido eran desahuciados huesudos con caballos marcados por el hambre, gente que apenas podía mantenerse parada había derrotado la primera invasión del glorioso ejercito del norte. La pieles curtidas enfrentaban al sol sin necesidad de achinar los ojos como él y sus soldados irremediablemente hacían. Vio la realidad desde otro ángulo. El fuerte había sido construido por una avanzada de su propio país, antes, en otro intento de invasión que con el tiempo había fracasado dejando en la retirada armas y el fuerte que ahora atestiguaba los preparativos para el fusilamiento. La guerra hecha con las armas del enemigo.

Un hombre blanco como él, de barba incipiente que se tornaba roja al sol le dijo en su idioma que si era de su preferencia podían vendarle los ojos para que murieran en paz. Era el mismo que un día antes lo visitó con los puntos de la rendición en su carpa. El General, que habló por sus soldados dijo No, we´re gonna die in God´s hands. We have no fear. El emisario respondió que había sido enviado con esa pregunta por el General Juarez, que iba a ser el encargado de dar la orden de fusilamiento. El General Wilkinson vio a un campesino desgarbado, adornado con un sombrero de paja. Tenia varias cicatrices en las piernas que mostraba a través de los pantalones harapientos. Juárez lo miro, se miraron intercambiando argumentos que correspondían a mundos opuestos. Gringos fuera, gritaban los espectadores del fusilamiento.

A las 8 de la mañana exactamente, con el sol que aun nacía de frente a ellos, los soldados estadounidenses recibieron la descarga. Wilkinson oyó antes de morir palabras que no entendió: preparados, listos, fuego, que salieron de la boca de Juárez. Wilkinson murió con la certeza de que el propio Juárez había disparado contra él y pensó, cayendo al suelo, que las cosas no son tan fáciles como parecen.

viernes, 7 de marzo de 2014

Espectros

Era una noche en la que predecía insomnio. Una de las tantas que últimamente padecía. Sentado en  la cocina dejaba escapar lentamente el tiempo. Un sentimiento parecido a encontrarse en otro lugar, lejos, muy por fuera de sus círculos habituales empezó a notarsele en el cuerpo. La penumbra de la noche solo quedaba apenas alumbrada por la luz de la luna que entraba por el ventanal abierto tras sus espaldas. Tenía un vaso de agua, que sujetaba con ambas manos, y el pijama. El gato dormía, su mujer dormía, todos en su respectivo tiempo y en el espacio que le correspondía a ese devenir temporal; él estaba por fuera de esa correspondencia. Y lo notaba.

No pensaba en algo fijo. Su cerebro hacía desfilar en la memoria hechos cercanos. El recuerdo de las cosas que el lunes debería hacer al llegar al trabajo, algún cumpleaños próximo, el pago de las cuentas pendientes.

Pensó en escuchar algún programa de radio de trasnoche. Era un escape al insomnio que había descubierto en la adolescencia. Sin embargo desistió al pensar en que Clara podría despertarse y luego tendría que soportar el mal humor y las recriminaciones. En ese punto de su matrimonio, los intervalos de comunicación mas largos eran consecuencias de peleas y discusiones.

Para colmo, el gato también dormía. Tomó el vaso de agua, al que le quedaba menos de la mitad, y fue a despertar al gato que dormía arriba de la notebook, sobre el escritorio del living. Lo tocó y llamó por su nombre, Shiro. El gato lo miró y siguió durmiendo.

- Que bien. Ya me vas a pedir que te rasque abajo de la panza.-

Salió. Abrigándose bastante se puso a resguardo de una noche que presentía fresca. Apenas dejó la casa pudo comprobar lo correcto de su juicio, podía ver su propia respiración condensarse en al aire frío.

Caminando fue redescubriendo partes del barrio. El claroscuro nocturno, matizado por esa suave mezcla de penumbra y bañado lunar daba un carácter diferente a las sombras. Estas parecían más espesas y movidas por voluntad propia. Casi podía sentir la textura de las sombras en el roce con el aire nocturno.

- Todos somos criaturas de la noche. De día nos perdemos.-

Caminó sin rumbo, en dirección al puerto, que se encontraba a unas 10 cuadras de su casa. Por la Avenida del Mar no había un alma. Espectros solamente deambulaban, algún que otro gato cuyos ojos reflejaban la luz, y ruidos de la ciudad que sonaban a lo lejos, en otro mundo. Manos en los bolsillos se introdujo dentro de sus propios pensamientos. Pensó en como hubiera sido su vida si hubiera tomado las decisiones opuestas, y se divirtió algún tiempo pensando en eso.

Llegado al puerto se sentó sobre la pared, de unos 60 centímetros, que dividía la vereda del comienzo del malecón. La brisa del mar, fresca y salada le dio en el cuerpo. Se subió el cuello del abrigo negro que llevaba y se frotó las manos en busca de reavivar la circulación. Un carguero de bandera senegalesa, Liberty, estaba dispuesto a partir y varios remolcadores se alistaban para maniobrar el buque a través de la estrecha salida del puerto. Contempló todo el proceso. Cuando finalmente el Liberty era una luz distante, perdiéndose en el mar negro engullido en la oscuridad, se sintió vacío. Experimentó la sensación de que algo suyo partía con el barco.

El tiempo esa noche parecía pasar a menor velocidad y aun las primeras luces del amanecer permanecían ocultas. Sin sentir sueño, caminó bordeando el agua, los barcos amarrados y la oscuridad. Recordó cuando siendo pequeño caminaba con su papá por el puerto, entre la gente, las grúas y el murmullo de una ciudad en desarrollo. Rememoró las historias sobre países distantes que lo maravillaron y gestaron esa curiosidad por el mundo que llevaba. Sintió cercanas las memorias de los colores de las frutas que en esos países colgaban de los arboles de nombres exóticos que le contaba Fidel, su padre. Pudo sentir el aroma y el tacto de la distancia, de otros mundos posibles que convivían con su presente como parte del pasado y extracto del futuro. Varias gotas salieron de sus lacrimales y rodaron por su cara hasta notarlas, saladas, en la comisura de los labios. Eran lágrimas que representaban alegría. Tenia solamente buenos recuerdos. Ni ausencias, ni vacíos, ni malos momentos; solo recuerdos que cargaban de sentido su vida. Sus recuerdos eran su presente.

Pensó en Clara y en que a pesar de que la amaba, nunca podría olvidar a Cristina, su poesía, sus caderas envueltas en sabanas blancas, sus pinturas, la comisura curvada hacía arriba cuando sonreía,  los lunares de su espalda y ese maravilloso territorio entre el cuello y los hombros que tomaba forma de V y que tanto le gustaba besar. Pensó en esa frase que leyó, todos tenemos breves momentos de felicidad. Él sabía que los suyos ya estaban en territorio del pasado, que en su caso lo mejor no estaba por venir, sino que había sido. No se sintió desanimado. Por el contrario, su corazón latía con más fuerza. Había conseguido exorcizar algunos demonios esa noche, idos en un barco llamado Liberty.

Volvió caminando despacio, con la tranquilidad a cuestas y sintiéndose más liviano. Ahora sí la mañana asomaba en el horizonte con los primeros tonos anaranjados del día que se sobreponían al negruzco color de las nubes cargadas de lluvia, desecho de la noche. Cuando llegó a su casa Clara aun dormía. Optó por una ducha y un café, que tomo sentado solo en el comedor. Afuera, las bocinas de los autos anunciaban que la ciudad se despertaba. A pesar de no haber dormido no sentía cansancio en el cuerpo. La mente la tenia despeja, dispuesta a llevar sin mayores dificultades el trajín del día.

Se puso el traje y subió al auto, donde encendió la radio y escuchó los primeros segundos de Save the population de los Red Hot Chilli Peppers. Aspiró aire profusamente, mientras su gato lo miraba a través del vidrio desde el techo de la casa. Le pareció que al aspirar aire, el perfuma de Cristina había llenado sus pulmones. El tacto de su cuerpo le vine a la memoria, pero optó por desechar esos recuerdos, como hacía siempre que afloraban. Ya era demasiado viejo para realizar cambios profundos que no sabía adonde conducían. Ya no era un adolescente que podía realizar actos impulsivos sin que las repercusiones afectasen a nadie. Y sin embargo, la voluntad opinaba diferente.

El cielo fue abriéndose durante el día. Las nubes negras se disiparon completamente y la amenaza de lluvia que el servicio meteorológico había anunciado quedó descartada. Todo era normal. Las personas en la ciudad, en el mundo seguían sus rutinas diarias, las diurnas en el hemisferio sur; las nocturnas en el norte. La normalidad del repetir día tras día los mismos actos llena de sosiego a la mayoría, que luego duermen plácidamente. Sin embargo, al insomne algo lo trastoca. Está despierto cuando debería dormir. Su voluntad no lo obedece. Mas bien le planta batalla a las ganas de dormir, de descansar para afrontar el día siguiente. El que sufre de falta de sueño, individuo cuya voluntad va contra si mismo, tiene una ventaja. Los exorcismos de espectros que merodean por los recuerdos pueden realizarse de una manera concisa, facilitando la tarea, si es que realmente  se está  dispuesto a ello.

Al caer la tarde, nuevamente las nubes fueron cercando la luz. Por la noche, al regresar a su casa, solo un pequeño claro en el cielo dejaba ver la luna. El resto estaba cubierto de espesas nubes negras y el aire frío soplaba desde el mar.

- Son los espectros que quieren volver.