martes, 6 de julio de 2010

Memorias

Creo que nunca viví momentos como este. Las espadas en alto quedaron atrás y los campos desiertos son testigos de todo pasado de armas. El polvo ahora cubre para siempre aquello con lo que peleamos. De la misma manera, el tiempo cubre y desluce eso por lo que tantos han muerto y sufrido.
Han sido 25 años de luchas fratricidas, donde los únicos beneficiados fueron los animales carroñeros, devoradores de cuerpos. Ellos si que la han pasado de maravilla. En cambio, nosotros, cansados de tanta pelea sin sentido, caímos rendidos frente a la vejez y la impotencia de ver las luchas y la victorias, también las derrotas, en vano.
Los que no murieron en los campos, lo han hecho en el exilio o en la más injusta de las desmemorias. Unos pocos, privilegiados, vivirán deformados en las páginas de la historia.
Cargamos una piedra que nos fue puesta por el destino y la avaricia. Fuimos marionetas de un poder extranjero que solo busca la explotación de estos lares y sus gentes, lo único asegurado es el cambio de tiranos. Pensar cuanto nos costo deshacernos de los anteriores!, para que ahora vayamos a golpear a las puerta de nuevos amos.
Vimos a supuestos patriotas rebajarse y venderse, y a su país, al poder extranjero. Vimos la ruina de las provincias y el martirio de los defensores, gauchos y chusmas peleando contra ejércitos de gentes decentes. Vimos a los supuestos barbaros dar lecciones en combate y en el trato a los prisioneros de guerra. Reconozco que nosotros nunca hubiéramos tratado a ellos como los ellos a nosotros.
Presenciamos pabellones foráneos al frente de ejércitos nacionales, símbolo de la traición de los letrados de Buenos Aires. Lloramos la caída de muchos compadres defendiendo la autonomía de su tierra, armados solo con poncho y facón.
Hoy solo me queda el recuerdo a mí, y a tantos otros por lo que me permito hablar, de las traiciones y las muertes. De todo ese fuego que consumió los amaneceres de nuestra gloria y tíranos a las cenizas de la servidumbre extranjera. Las cadenas no fueron rotas, amada mía, son cada día más fuertes. El ideal marchito que 25 años atrás gritaron quienes pensaron este desierto como un terreno fecundo, es el fantasma que acompaña a mi generación.
Ya no puedo poner a disposición mi sable, tengo fatigados cuerpo y alma, gangrenados tras años de luchas. Las pocas fuerzas que me quedan abandonanme despacio, parece que quieren hacer larga la agonía de los recuerdos. Ahora cada amanecer me trae fantasmas que me matan de a poco. Cuando veo la salida del sol, recuerdo los cientos de amaneceres que vi en campaña, solo o con mi escuadra, al abrigo del fuego o entumeciéndome los dedos. Fueron épocas agitadas, pero apelo a usted, a quien tan fervorosamente escribo, para que no deje cometer los mismos errores. Haga respetar su sangre y la derramada por sus hermanos.
Yo soy un viejo, a Dios doy gracias por tener una vejez que me permita ocuparme dignamente de mis asuntos, no por posesiones sino por la caridad de quienes piensan que he obrado dignamente en mi vida. Otros han tenido peor suerte, muertos u olvidados.
Le ruego interceda para prevenir el pasado. Cuando el se haga presente, pretendo que mis huesos y mi alma descansen en paz, libres de toda angustia. La dejo encargada de eso.

Juan Alfonso de Irigoytia

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