miércoles, 2 de abril de 2014

Sobre linchados y justicieros


Está de moda, otra vez, la llamada justicia por mano propia. Aunque sea correcto usar la palabra moda,  dada la conducta cíclica en la que se mueve el pedido de sangre de ciertos sectores de la sociedad, hay una gran mentira en la primera frase; no puede hablarse de justicia si es por mano propia.

Uno de los requisitos más importantes junto con la unidad y delimitación territorial para la conformación de los Estados es el monopolio de la fuerza legitima. Se reserva el derecho de establecer las penas, ejercer los castigos y vigilar su aplicación al propio Estado. Esta idea antecede al siglo XIX y ha sido tratada de diversas maneras por filósofos políticos,  sociólogos e intelectuales. En Argentina, parece ser, aun se cuestiona.

Con los medios de comunicación, algunos, a la cabeza de ideas latentes en muchos sectores de la sociedad, presenciamos una nueva etapa de recrudecimiento de la estigmatización social y de la fijación de nuevos limites entre “la sociedad por y para la gente como uno” y “la sociedad de los otros”. Esto, una continuación histórica parte de la antigua y sarmientiana dicotomía entre civilización y barbarie, reaparece en momentos históricos en los que hay que marcar diferencias entre los ellos y los nosotros.

De ninguna manera se pueden buscar condicionantes en la situación de ausencia del Estado o en que  la gente está cansada, como suelen expresar los oportunistas políticos siempre a la orden del día y de chances para simplificar y reducir todo hacia sus propios intereses sectoriales. El problema , porque detrás de la violencia hay un problema, o sea el conflicto que parte de posiciones dentro del mapa social, es que siempre los linchados, los que merecen serlo, los que son linchados todos los días, metafórica y realmente, son los mismos. Reunen las misma características, son ellos, otros.

Otros, ellos, son siempre los mismos. Llevan cierta ropa, hablan de una manera, están fuera de la ley, son culpables. Fueron, y son, los negros , los inmigrantes, los del país profundo, los pobres, esos diferentes. Se los contiene usando el discurso de la tolerancia, a la manera europea o más a la  cohercitivamente americana, aunque esta diferenciación es cada vez más difusa. El punto medio es el de la construcción del otro útil: el negro bueno, el pobre trabajador, que no roba, no mata, no tiene odio de clase. Ese es un otro azucarado, tolerable, un ser-humano. Quizás le corresponda una pena dentro de los margenes del Estado. Pero al otro-otro,  el de los margenes, a ése, no.

Jueces, políticos, periodistas, opinologos dicen que la Justicia, con mayúscula, está atada de manos. Los jueces dicen que ellos dictan sentencia pero que los obligan a soltarlos al poco tiempo. Los políticos que la culpa está en los otros políticos. Los periodistas dicen que , lógico, la gente, está cansada. Los opinologos repiten. Así se naturaliza, se justifica y se legitima el asesinato.

Hoy me proponían que la pena de muerte es una herramienta de prevención. Creo que salvo en la novela de Philip Dick, Minority Report, no hay forma de saber quién va a cometer un crimen y por ende, prevenir con la pena de muerte es imposible. A menos que , desde ya, se construya al sujeto homicida.  Y no sería raro que las características sean las mismas que porta el otro. Y entonces el linchamiento.

El Ex ingeniero Juan Carlos Blumberg, oportunísimo, fue levantado de su letargo mediático y habló sobre la reforma del Código Penal, a la que se opone. Dijo sentir ausencia y vacío tras la muerte de Axel. Mismo sentir seguramente que el de la madre de David Moreira, asesinado en Rosario, donde ahora hay vecinos vigilantes que avisan que van a volver a matar. Precrimen.

El problema es el asesinato justificado, conocido como justicia por mano propia, porque siempre son unos los que tienen derecho y también son los mismos, siempre, los que no. Dentro de esa lógica perversa se mueven quienes aplauden a una patota de 30 personas que golpean a alguien tirado en el piso. Se le atribuye a Nietzsche decir que los grupos están para hacer lo que los individuos no se animan.

Es importante contextualizar el problema. Y no establecer como apenas una casualidad, la que no existe ni en la historia ni en la sociología, que la vuelta del manodurismo después de varios años en el freezer no es ajena a un contexto político donde el oficialismo es tildado de blando, tibio y garantista. Como en todo fenómeno social el manodurismo y el mal llamado garantismo representan polos e intereses de sectores contrapuestos, que incluyen su propia legitimación en el acto mismo de reconocerse como tales en el espacio de relaciones que es la esfera política.

Quedarse con que los linchamientos son correlación de una sociedad violenta es un tanto simplista. Los múltiples factores que demuestran por qué no todo puede ser entendido tan linealmente, por ejemplo, se encuentran en el lema piquete y cacerola la lucha es una sola, recuerdo, hoy anecdótico, de la unión producto del quiebre del lazo social en 2001. Ahí el cierre social que operó se concentró en torno al aparato político.

Ahora la reconfiguración de lo social, fenómeno asociado al ascenso en cuanto a clase al consumo, bienes y servicios por excelencia de la clase media y el mayor acercamiento a lo político, genera nuevos tipos de cierre. Los grupos se pliegan y redefinen su existencia dejando por fuera a los otros. Este proceso, siempre violento, resignifica viejas exclusiones, las de siempre y le agrega nuevos matices discriminatorios.

El problema es que los linchados siempre son los mismos; los justicieros también.